La trigésimo tercera edición de la Escuela de Salud Pública de Menorca celebrada en el Lazareto de Mahón el pasado mes de septiembre albergó, entre otros, el encuentro «El papel de la salud pública y de la sanidad durante la pandemia: ideas para el futuro» auspiciado por la Sociedad Española de Salud Pública y Administración Sanitaria (SESPAS) en el que se abordaron tres aspectos particularmente relevantes frente a eventuales problemas colectivos de salud comunitaria de presentación más o menos súbita e inesperada, situaciones que la globalización y el cambio climático –sobre todo el consumismo depredador de las sociedades humanas más ricas– impulsan.
Es innegable que la pandemia ha supuesto una prueba de estrés auténtica –no un simulacro– para los precarios recursos de la salud pública del país. Particularmente para los servicios de las distintas administraciones públicas responsables de la protección colectiva de la salud comunitaria y de la vigilancia y el control de las enfermedades epidémicas.
Y como es palpable, también para la atención primaria de salud, que solo ha sido capaz de activar su dimensión comunitaria en contadas y excepcionales ocasiones. Iniciativa ésta que probablemente hubiera hecho más soportable la pandemia a la mayoría de la población; sobre todo a la menos privilegiada. Y tal vez hubiera estimulado una complicidad más auténtica de la gente que la retórica de los aplausos.
Con unos dispositivos infradotados, cuyas instalaciones y equipamientos además de escasos son, en muchos casos, obsoletos. Deficiencias y limitaciones que afectan sobre todo a los dispositivos gubernativos de la Salud pública desde la constitución misma del Sistema Nacional de Salud, puesto que la Ley General de Sanidad de 1986 dejó en manos de las comunidades autónomas y de las administraciones locales las responsabilidades ejecutivas de la vigilancia y de la protección colectivas de la salud comunitaria.
Y, desde entonces, ninguna de las administraciones sanitarias públicas responsables ha priorizado la salud pública entre sus respectivas áreas de competencia, de manera que la proporción del gasto que se le dedica no suele sobrepasar el 1% de los presupuestos destinados a sanidad. Tal vez porque lo urgente a menudo se antepone a lo importante. Y como es tradicional y hasta cierto punto comprensible, aunque no sea lo más sensato, de la Salud Pública solo nos acordamos cuando hay problemas.
Todo lo cual ha limitado el protagonismo que cabía esperar de la salud pública –particularmente como institución gubernamental– frente a un problema colectivo de salud comunitaria, que es precisamente el ámbito genuino de la salud pública, puesto que sus conocimientos, criterios y métodos específicos son los más idóneos para valorar el impacto del problema, las previsiones de su evolución y desde luego, la pertinencia de las medidas de control.
Insuficiencias que no excusan la pertinencia de considerar cuál es el papel que debería desarrollar la salud pública en situaciones similares que muy probablemente se presenten de nuevo en el próximo futuro y cómo podría hacerlo.
Una tarea de dimensiones notables que exceden las posibilidades que ofrece el programa de actividades de la Escuela de Salud Pública. Pero que la modalidad de los encuentros ha permitido por lo menos iniciar. Abordando tres de los aspectos más relevantes de la cuestión: los sistemas de información, la comunicación y el liderazgo de la salud pública.
Los sistemas de información y vigilancia en salud pública deberían dotarse de manera adecuada y promover la intersectorialidad de tal manera que se optimice la recogida de datos y su análisis, así como la comunicación de los resultados tanto al sistema sanitario, para la racionalización en la priorización de actividades, como a otras administraciones públicas, responsables de la ejecución de las políticas de protección y promoción de la salud comunitaria.
La comunicación durante una situación epidémica es fundamental para transmitir a la población general, a los medios de comunicación y a los distintos profesionales la importancia del problema con la suficiente credibilidad y veracidad, persiguiendo así que las medidas que se adopten sean más eficientes, equitativas y seguras. Para ello, es necesario intervenir tanto en la elaboración del mensaje, en su emisión adaptada al interlocutor y en la evaluación del efecto obtenido.
En lo que respecta al liderazgo, la institución gestora debería disponer de un mapa lo más preciso posible sobre los agentes relevantes en la toma de decisiones de prevención y control, diseñando una estrategia de respuesta coordinada que fomente la participación de la ciudadanía y en la que los aspectos técnicos estén definidos de antemano y claramente separados de los criterios políticos. Para ello, habría que reformar el Consejo Interterritorial de Salud en lo que a la vinculación y el compromiso de los acuerdos adoptados se refiere e impulsar la creación y el desarrollo de la Agencia Estatal de Salud Pública.
(En la web de SESPAS se pude consultar el documento completo de las conclusiones fruto del encuentro)
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Andreu Segura
Médico salubrista. Editor invitado (salud comunitaria) Gaceta Sanitaria.
Coordinador del encuentro.
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