Cuadro infeccioso que se inició en Aguamarga (Almería) el 24 de diciembre de 2021, con un catarro, y cuyo relato finaliza el 27 de abril de 2022, en Buitrago de Lozoya (Madrid), cuando escribo este texto.
Varón sano, casado, cuatro hijos independizados, vive de su
pensión, sin enfermedad ni tratamiento crónico alguno, hábitos saludables, 73
años, médico rural jubilado, ex-profesor de salud pública, dos ingresos
hospitalarios casi consecutivos por grave neumonía covid19, primero en Murcia
(hospital Morales Meseguer, del 2 al 21 de enero de 2022, incluyendo dos semanas en la Unidad de
Cuidados Intensivos, UCI) y luego en Madrid (hospital de La Princesa, del 28 de
enero al 11 de febrero de 2022, una semana inmovilizado en cama de habitación
compartida). Neumólogo para seguimiento en el Hospital de la Princesa. Médica
de cabecera en el centro de salud de Buitrago de Lozoya (Madrid). En proceso de
recuperación, a día de la fecha todavía sigue con tratamiento intenso con
corticoides y oxigenoterapia nocturna pudiendo caminar por bosques y montañas
en marchas diarias de hasta ocho kilómetros.
Espiritualidad es sentimiento que responde a lo que el ser humano no logra comprender como la existencia de su propia vida y del universo, la conciencia de libertad, la inevitabilidad de la muerte, el ser personal, la angustia vital, etc. Como tal sentimiento conlleva conmoción, y muchas veces recogimiento y meditación.
A lo largo de milenios la espiritualidad devino en religiones
varias que han regido y controlado sociedades, establecido códigos de conducta
y ética, sacralizado lugares y ritos y jugado un papel fundamental en el
ejercicio del poder. Tales religiones han perdido presencia en favor del
consumo capitalista, con la consecuente crisis de identidad en las sociedades
occidentales.
Hay lamparillas o mariposas, mechas y pábilos preparados sobre un soporte generalmente de corcho que se deposita sobre aceite. Una vez prendida la mecha, la llama persiste mientras quede aceite.
Durante mis años clínicos encendía una mariposa cada vez que “se
me moría un paciente”, y no porque me sintiese culpable, sino en general por
una vibración interior de pérdida, de cese definitivo de una relación que solía
haber sido intensa. Es decir, por el sentimiento de espiritualidad, esa
conmoción que lleva a recogimiento y meditación. Delante de la llama, fijos mis
ojos en sus oscilaciones, mis pensamientos iban y venían a su libre albedrío.
Si hubiera muerto por la grave neumonía covid19 no podría haber
encendido una mariposa por mí mismo, ni lo habría hecho probablemente ninguno de los médicos
que me trataron, pero estoy seguro de que lo hubiera hecho mi esposa, Mercedes
Pérez-Fernández, también médico.
En casa seguimos encendiendo velas con frecuencia, sea con
ocasión de una muerte sea para celebrar la vida. Ahora más y la luz de la vela
nos absorbe y consuela.
En lo práctico me resultan indiferentes las distintas religiones, pero en lo teórico soy tolerante con todas ellas en cuanto expresión de espiritualidad que ayuda a miles de millones de personas. Lamento los inmensos daños que las religiones han causado y causan, generalmente en sus interpretaciones rigoristas y en sus alianzas con otros poderes.
Acepto vivir en una sociedad occidental mayoritariamente
cristiana, e intento echar una mano en lo que hay de bueno, como Caritas,
cristianos de base y teología de la liberación. Del mismo modo, acepto vivir en
una economía capitalista, pese a sus inmensos daños, y echo una mano en el
fortalecimiento de una sociedad civil que proteja la dignidad, la equidad y la
justicia social.
Hace años, conversando con una pareja judía atea, comentamos
sobre enseñar a los hijos los rudimentos de las ceremonias y creencias de la
religión judía. No tengo ninguna duda al respecto, la religión es parte de la
cultura e impregna desde los museos a los funerales. Conviene no romper y
conocer lo básico, no sólo de las religiones monoteístas sino de todas en
general. Es una especie de diglosia, pues es bueno utilizar dos niveles de
conocimiento en ámbitos y para funciones sociales diferentes.
En mi caso, antes, durante y después del ingreso bendigo la mesa
con una fórmula cristiana. No lo hago por religión sino por unión espiritual
con todos los que comen y no comen, para ser consciente de que comer cada día
es un lujo que no llega a todos los humanos. Bendije, pues, cada comida durante
mis días de ingreso, ¡faltaría más, no darme cuenta del privilegio de disfrutar
de unos platos ricos y sanos!
Si soy lo que soy es por ser humano criado por humanos y en ese sentido me inserto en la corriente ubuntu, nada humano me es ajeno.
“Una persona ubuntu es abierta y está disponible para las demás, respalda a las demás, no se siente amenazada cuando otras son capaces y son buenas en algo, porque está segura de sí misma ya que sabe que pertenece a una gran totalidad, que se decrece cuando otras personas son humilladas o menospreciadas, cuando otras son torturadas u oprimidas”.
Me conmovió durante el ingreso, y después durante el
seguimiento, la entrega de profesionales que ponen el cuidado científico y
humano a disposición de quien lo precisa. Alguna vez he dicho en broma que
besaría no ya la mano sino el culo a quien se comportara así conmigo. Provoca
en mí una conmoción espiritual la atención y el cuidado de los profesionales
sanitarios, desde la limpiadora de las habitaciones al médico jefe de la
guardia. Ellos me hacen humano y profesional, y me hacen vibrar por pertenecer a su comunidad
(profesional en lo concreto, humana en lo general), siquiera esté ya jubilado.
Con la llegada de cada día, con cada nuevo amanecer, conviene ser consciente con optimismo del disfrute que se nos ofrece y recordar las composiciones poéticas que lo celebran, las albadas. Es un sentimiento espiritual contrapuesto al que genera la contemplación del atardecer, donde cabe el resumir el día, y la vida.
En las primeras jornadas en la UCI fue imposible saber cuándo
amanecía ni cuándo atardecía, pero tras una semana ya siempre tuve acceso a una
ventana, o similar, para poder celebrar la salida y la puesta del sol. Y hasta
hoy, con esa espiritualidad tan vibrante del comienzo y del fin del día. No
adoro al Sol, pero casi.
Con las altas hospitalarias, al decir adiós a los que se quedaban, pude recordar, no sé porqué, a José Antonio Labordeta y su albada:
“Adiós a los que se quedan. Y a los que se van también. Esta es la albada del viento. La albada del que se fue. Esta es la albada del viento. La albada del que se fue. Que quiso volver un día. Pero eso no pudo ser. Las albadas de mi tierra Se entonan por la mañana. Las albadas de mi tierra. Se entonan por la mañana. Para animar a las gentes. A comenzar la jornada. Arriba los compañeros. Que ya ha llegado la hora. Arriba los compañeros. Que ya ha llegado la hora. De tener en nuestras manos. Lo que nos quitan de fuera. De tener en nuestras manos. Lo que nos quitan de fuera. Esta albada que yo canto. Es una albada guerrera. Esta albada que yo canto. Es una albada guerrera. Que lucha por que regresen. Los que dejaron su tierra. Que lucha por que regresen. Los que dejaron su tierra”.
En palabras de Francisco de Quevedo, si muero quedarán sólo cenizas, pero “serán ceniza mas tendrá sentido; polvo serán, mas polvo enamorado”. Materia versus espiritualidad.
Si muero “confieso que he vivido” y no tendría que tener el típico arrepentimiento de quienes mueren sin haber vivido, de 1/ no haber tenido el coraje de vivir una vida fiel a mí mismo, 2/ haber trabajado en exceso, 3/ no haber tenido el valor de expresar mis sentimientos, 4/ no haber disfrutado más de mis familiares y amigos, y 5/ no haber sido más feliz.
Nota. Este texto se complementa con:
Superación mental del aislamiento en UCI en paciente grave por covid19,
https://saludineroap.blogspot.com/2022/02/chupito-de-oxigeno-hospitalizacion-por.html
https://saludineroap.blogspot.com/2022/03/mascaras-de-emociones-las-de-un.html
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Juan Gérvas, Doctor en Medicina, médico general jubilado, Equipo CESCA, Madrid, España. jjgervas@gmail.com @JuanGrvas https://t.me/gervassalud
"Honrar la vida", sin duda. Esa poesía que me enseñó un compañero del SIAP la tenía en la sala de espera de la consulta, como recuerdo, ejemplo y homenaje a todas esas vidas que siguen presentes tras la muerte
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