Desmedicalizar el malestar emocional
Coordinador Nacional del Grupo de Trabajo de Bioética de la Sociedad Española de Medicina de Familia y Comunitaria
La medicalización del sufrimiento aminora la responsabilidad del gobierno y contribuye a empeorar la catástrofe social que estamos viviendo. La administración cuenta con poderosos aliados como son ciertos estamentos corporativos profesionales, las empresas farmacéuticas o el poder industrial y económico. Porque todos ganan con una población infantilizada que se haga dependiente de expertos; con personas desactivadas políticamente, (auto)culpabilizadas por débiles y estigmatizadas, debido a su incapacidad para la adaptación, por una sociedad individualística creyente en el mito, mil veces refutado, del esfuerzo y el mérito. Los poderosos ganan con miles de personas adecuadamente controladas a través de la culpa, enganchados masivamente al juego y otras drogas, legales e ilegales, con capacidad para cronificar la sintomatología, generar dependencia y modular los impulsos emancipadores colectivos mientras se mantiene la productividad laboral.
Qué ocurriría si desde la administración y los expertos se lanzara el poderoso mensaje empoderizador de que el malestar emocional está socialmente determinado y tiene, por tanto, soluciones fundamentalmente políticas de las que hay que dar cuenta; si se trasmitiera que el sufrimiento y la frustración es una parte importante de la vida y que los recursos familiares, sociales y comunitarios informales suelen tener mejores resultados en el medio plazo que los especializados y farmacológicos; si se comunicara que las enfermedades mentales no son entidades biológicas con una causa orgánica y que en nada se parecen a otras patologías como la diabetes o el infarto que siempre se benefician de una intervención experta; si se dijera que los diagnósticos psiquiátricos son consensos de expertos, no entidades objetivas, que progresivamente han ido ampliando sus criterios categoriales, debido a intereses de todo tipo, con la consecuencia trágica de que, aparentemente, cada vez hay menos personas sanas mentalmente.
El sufrimiento emocional tiene fundamentalmente causas sociales, no individuales. Se generan falsas esperanzas cuando se trasmite la idea de que serán los medicamentos, y no la lucha feminista, los que ayudarán a los miles de mujeres adictas a los ansiolíticos mientras asumen trabajos menos remunerados fuera de casa y asimétricos dentro. Las personas somos constitutiva y emocionalmente resilientes. Hay que decir con claridad que la demanda generalizada de asistencia profesional para atender, por ejemplo, a las víctimas del volcán de La Palma es potencialmente dañina y carece de base científica. La intervención psicológica genera daño cuando es innecesaria al re-traumatizar a los afectados cuando se les hace tomar conciencia del estrés que se está experimentado y se les genera una expectativa de potenciales síntomas secundarios; cuando se escarba en sentimientos que pueden aumentar el malestar y dificultar el normal procesamiento emocional, necesitado de un “timing” basado, con frecuencia, en el distanciamiento y el olvido.
Los profesionales sanitarios tenemos que dejar de ser “colaboracionistas”. Tenemos la obligación ética de, en la consulta, ser parte activa de un movimiento de emancipación ciudadana mediante estrategias de acompañamiento no intervencionista, siempre que se pueda, controlando nuestra simplificadora pulsión asistencialista. Ante un problema emocional que demanda ayuda profesional hemos de preguntarnos si considerarlo una enfermedad va a ocasionar más beneficios que perjuicios. Si honestamente consideramos que la medicalización conlleva mayores riesgos, hay que desvincular el problema y su solución del ámbito sanitario; intentar que la problemática que cuenta la persona se circunscriba a su ámbito cotidiano saludable; legitimar y normalizar la carga emocional y su utilidad. Se trata de trasformar el rol de enfermo pasivo por el de una persona con problemas, pero con capacidad y recursos, personales y comunitarios, para enfrentarlos. Hay que mejorar la atención a los síntomas mentales graves, pero con más intervenciones grupales y sociales, con menos medicamentos y más cuidados y apoyo. Los profesionales, fuera de la consulta, hemos de asumir nuestro rol de abogacía social y denunciar que las causas últimas del malestar emocional son políticas y no médicas. Resignificar el sufrimiento devuelve a la sociedad su capacidad para cambiarla y eso, para muchos, es peligroso.
En la línea de Abel Novoa, este editorial de servidor de hace un cuarto de siglo en Medicina Clínica titulado "Consejos del médicos de cabecera y estilos de vida saludables" (aquí)
Culpar a las víctimas, es la estrategia para seguir manteniendo situaciones injustas (machismo, violencia de género, pederastia, prostitución, intereses comerciales, desigualdades sociales, situación de la Atención primaria, intereses de la industria farmaceútica en psiquiatría y fuera de la psiquiatría, etc.)
ResponderEliminarDe nuevo, subscribo ambos escritos, el de AN y el de JS, en su casi totalidad.
ResponderEliminarEnfatizaría un par de argumentos o tres.
“Empoderizador”, “resilientes”... ¿Pobreza de la lengua española o cursilería anglo? En cualquier caso, ¿qué empoderamiento, qué resiliencia? De igual manera, ¿qué “feminismo”? A menudo, damos por hecho consensos (ahora, semánticos) que solo están en nuestra imaginación. ¿Alguien, algo nos otorga de pronto, casi a modo de gracia, el “empoderamiento” desde fuera, o nos “empoderamos” en la medida en que asumimos la libertad y responsabilidad de nuestros propios actos, individuales y como parte de comunidades?
Está bien recordar a Administración y políticos su deber en avanzar hacia los mejores contextos sociales y económicos de la población. Pero es la “gente” la que finalmente vota, elige y... acierta o se equivoca, según.
Conviene apelar con frecuencia, fuera y (no menos necesario) dentro de la profesión, a la oposición frontal y sostenida por unos pocos a que la Medicina sea otra simple correa de transmisión de las decisiones comerciales del Negocio, de la “ciencia” y sus demonios, de los “expertos” mediáticos con suficientes conflictos de interés con las industrias como para parar un tren. Pero son los usuarios de la sanidad los que a menudo demandan en las consultas sus “productos”.
Por tanto, cualquier análisis sanitario equlibrado debe recordar también a la “gente”, al usuario de la sanidad y al paciente sus responsabilidades y deberes en el correcto uso de los recursos. Porque también de ellos depende evitar abuso y despilfarro. Los “derechos” no suele hacer falta recordarlos.
Estamos en curso de evolución de actitudes asistenciales: desde un paternalismo obsoleto y potencialmente lesivo para el paciente a su autonomía. Esta presupone una madurez que está costando adoptar, en general.
En efecto, mantener la infantilización de las poblaciones facilita su manipulación. Algo que resulta muy goloso para, por una parte, autoritarismos de todo pelo, “democráticos” incluidos. Y, por otra, para industrias de todo tipo (tecnobiosanitarias incluidas), que pagan, literalmente, por mantener el consumismo masivo, pasivo, acrítico, irresponsable, en definitiva, pueril de cualquier cosa que salga al Mercado.
Pero, ¡ay!, esa misma infantilización resulta muy cómoda para buena parte de la población, que no parece muy dispuesta a evolucionar hacia su madurez como consumidores, usuarios y pacientes, a tomar decisiones sobre su salud desde una libertad informada y responsable. Mejor que otros decidan.
Aquí es donde, en efecto, reaparece la figura del médico: para apoyar decisiones autónomas y responsables de sus pacientes. No para sustituirlas. No para mantenerlos en el limbo infantil.
Responsabilizar también a los USUARIOS de las derivas que vaya tomando la necesaria desmedicalización de la sociedad es un “must”. (Y dale con el anglo).
Gracias.
Marino Rodrigo
Un reflejo de esto es ocultar cómo la gestión de la pandemia ha empeorado la salud mental infanto-juvenil. Solo se oye hablar de su deterioro, de planes de salud mental, y muy poco de lo que se hizo mal y que algunas medias fueron peor remedio que el mal que se quería evitar. Pero polícamente merece la pena "pasar página" y apuntarse el gol de los nuevos planes de salud mental.
ResponderEliminarMe lo dice una paciente con una claridad absoluta: Dr. lo que a mi me pasa es que mi vida es una mierda. Desahuciada, su marido en la cárcel, vive con su madre inmovilizada, obesa, diabética y con mal carácter. Pocas ayudas sociales, las normales en la CAM y ahora, su madre con deterioro cognitivo. Ha tenido dos intentos de suicidio. En urgencias le han puesto anti depresivos. Pues eso, más claro, agua.
ResponderEliminarTodo eso…..pero los médicos tuvimos y tenemos muchísima culpa….al medicalizar los sentimientos !!!!!
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