Según la metáfora teatral se considera a las personas como actores, y sus interacciones crean una dinámica obra de teatro (“El gran teatro del mundo”, según Calderón).
Se produce una distinción básica de la
interacción entre los individuos según se desarrolle en el escenario (lo
público y “externo”) y entre bambalinas (lo privado y “emocional”). En ambos
casos llevamos en el rostro un lenguaje no verbal que nos cambia el gesto según
las circunstancias, unas máscaras apropiadas ya que las máscaras transforman a
quien las porta, y a quienes participan en su simbología. Las máscaras
facilitan expresar de un sólo golpe visual múltiples mitos, ritos, signos y
símbolos.
La metáfora teatral permite definir
persona como el conjunto de personajes que interpreta un individuo, bien en lo
público (escenario, lo formal) bien en lo privado (bambalinas, lo sentimental).
A cada personaje le corresponde una máscara apropiada a la situación y lugar,
con la que se logra cumplir los distintos papeles atribuidos a la persona.
Veamos cuáles han sido algunas de las
máscaras “de emociones” que he llevado entre bambalinas a lo largo de este
episodio de grave neumonía covid19.
Para encuadrar la situación teatral:
Cuatro clínico que se inicia el 24 de
diciembre de 2021, con un catarro, y cuyo relato finaliza el 2 de marzo de
2022, cuando escribo este texto [mejoro progresivamente, pero si aparecieran
complicaciones y llegara la muerte pido a Juan Simó que lo actualice, por
favor].
Varón sano sin enfermedad ni tratamiento
crónico alguno, hábitos saludables, 73 años, médico rural jubilado, ex-profesor
de salud pública, dos ingresos hospitalarios casi consecutivos por grave
neumonía covid19, primero en Murcia (hospital Morales Meseguer, del 2 al 21 de
enero de 2022, incluyendo dos semanas en
la Unidad de Cuidados Intensivos, UCI) y luego en Madrid (hospital de La
Princesa, del 28 de enero al 11 de febrero de 2022, una semana inmovilizado en
cama de habitación compartida). Médica de cabecera en el centro de salud de
Buitrago de Lozoya (Madrid).
Se listan a continuación algunas de las máscaras de emociones, del mundo sentimental privado del paciente, esas máscaras que nos ponemos entre bambalinas cuando no hay nada que disimular.
Van por orden alfabético, y espero que
usted, amable lector/a, sea capaz de ordenarlas en el tiempo.
- Aceptación. Renuncia a la desesperación que conlleva comprobar los cambios
introducidos por el enfermar y su tratamiento. Aceptación, por ejemplo, de la
pérdida de fortaleza física y puesta en marcha de ejercicios de rehabilitación
para recuperarla. No más desesperación sino superación.
- Alegría.
En los dos reencuentros con mi esposa, Mercedes. Primero en Murcia, al pasar a
la planta de Medicina Interna donde permitían acompañantes, tras el shock de la
brusca separación por el ingreso en la UCI. Luego en Madrid, en casa, a donde
llegué tras el alta, en ambulancia con oxígeno.
- Armonía. La médica de cabecera logró que aceptara el tratamiento a seguir, pese a sus efectos adversos, al decirme, en la consulta de revisión: “Juan, ¿has visto tus radiografías?” “No, no las había visto”. Giró la pantalla del ordenador y me las mostró. Había leído los informes de radiología, pero verlas en directo fue impactante, me recolocó en mi lugar de paciente con covid19 grave, y me devolvió la armonía, la paz y el equilibrio, pues todo lo que se había hecho y lo que habría que hacer en el futuro, era proporcionado, justo y necesario.
- Asombro. Me contemplo a mí mismo con inmenso asombro por mi deterioro global al darme el alta. Tengo mucha imaginación, y en mi imaginación he pasado de ser un joven masai en diciembre de 2021 a ser un viejo bosquimano en febrero de 2022. Quiero decir en el sentido euro-céntrico, he pasado de vivir sin medicación alguna a dependiente de medicamentos (oxígeno, prednisona, amlodipino, metformina, omeprazol, trimetropin-sulfametoxazol, suplemento proteico) por insuficiencia respiratoria, diabetes, hipertensión, inmunodepresión y desnutrición (había perdido diez kilos de masa muscular) como consecuencia de la covid19 y de su tratamiento.
- Bochorno.
Al valorar la atención a los compañeros de habitación. A uno por el
desbarajuste del proceso global en una pareja de ancianos que no acababa de
entender cómo se desarrollaba todo, y al otro por las informaciones y
propuestas discrepantes de tres equipos distintos que confluían en el
tratamiento de su complejísimo problema.
- Compasión. De mi propia familia, especialmente esposa, hijos, nueras y nietos
pendientes de mí mientras y después de los ingresos, pero también de pacientes
y familiares, y profesionales, con los que conviví. Tener compasión es entender
su sufrimiento y desear ayudar a resolverlo. La compasión va más allá de la
empatía, pues ésta es una forma de inteligencia, de capacidad cognitiva, de
“entender inteligentemente”, mientras la compasión se refiere a un nivel más
básico, de emoción solidaria ante el sufrimiento. La compasión es un
sentimiento, no un conocimiento.
- Confianza. En la calidad de la atención recibida y por recibir de todo el personal,
desde limpieza a médicos de urgencia. Por supuesto, tengo ojo crítico para
identificar los fallos a la primera pues me he dedicado mucho tiempo a la
evaluación de la organización de servicios, pero en mi propia práctica clínica
hasta el 20% carecía de soporte científico y no llegaron a tanto en el proceso
de mi atención.
- Confusión. A veces estando sedado en la UCI y también tras el despertar brusco en
casa por una pesadilla, que solía coincidir con algún problema con el
suministro de oxígeno. ¿Dónde estoy? ¿Por qué estoy aquí?
- Cortesía.
Es cortesía esa alegría de, por ejemplo, dar los buenos días incluso cuando la
enfermera aparece a las seis y media de la mañana para tomar una muestra de
sangre y apenas si acertaba a saber qué pasaba. Un plus era ser capaz de decir
con buen ánimo: “Buenos días, Laura”, dar nombre a la persona. Cortesía es
respetar las buenas costumbres, según la cultura y situación del paciente. En
mi caso, es el uso del “usted”, como fórmula verdaderamente democrática de
respeto.
- Fortaleza. La anímica del héroe de Camus en tiempos heroicos, ese simple intento
de mantener la dignidad, nuestra y de los demás. En tiempos históricos se
requieren comportamientos heroicos, que son los más simples y difíciles, los
cívicos de mantener la calma y el sentido común.
- Hostilidad. Contra las normas rígidas de los “protoculos”, y contra quienes los
imponen y los aceptan y cumplen. A veces hostilidad menor, a veces mayor, según
la irracionalidad de las guías de práctica clínica. Por ejemplo, al aceptar el
suplemento del “protector del estómago” (omeprazol y similares) sabiendo que se
asocian a mayor mortalidad en pacientes covid19.
- Ira.
La prohibición de acompañantes con los pacientes hospitalizados fue parte de la
“nueva normalidad” que pretendía evitar contagios covid19. Por consecuencia, en
el hospital madrileño existía un servicio de mensajería que recogía las cosas
que traían los familiares para sus pacientes y se las hacía llegar
posteriormente. Mi mujer, Mercedes, venía casi a diario para traerme prensa,
libros y otros suministros. Aquel día era tal la desorganización que no querían
cogerle el paquete, estaban desbordados. Me llamó por teléfono desde la calle y
al saberlo, con ira y rabia, salté de la cama al pasillo dejando el oxígeno,
contra la prohibición de reposo, y llegué al control de enfermería, donde todo
el mundo quedó espantado al ver mi disnea de agonía. Piadosamente me
acompañaron a la cama, me pusieron “chupitos de oxígeno” a mansalva, y entre
una enfermera y una auxiliar se las apañaron para salir a la calle y recoger de
manos de Mercedes el paquete. Por casualidad, Mercedes tenía un espejito de
bolsillo precioso, comprado en el Museo Botero, de Bogotá (Colombia), que
regaló en el momento a la auxiliar que le auxilió en la acera.
- Miedo.
Desperté bruscamente en la UCI, con intensísimo dolor de cabeza, coronal, de
oreja a oreja. Tuve miedo, pensé que era síntoma de un ictus como complicación
de la covid19. En realidad era una herida
en la cabeza y la presión brutal de la mascarilla oronasal (tipo las
nuevas de buceo). Me curaron la herida y aflojaron la mascarilla. La llaga no
dejó huella, curó sin problemas.
- Orgullo.
Sano orgullo de superar los inconvenientes de la vida y de no perder la
oportunidad de disfrutar de la salud en lo que puedo. Así, ahora, de la
familia, de las comidas caseras, de la actividad intelectual-científica, pero
también de pequeñas cosas, como la nueva capacidad de tragar hasta cinco
píldoras al tiempo, en un gesto “de película”: todas en la palma de la mano, a
sopetón en la boca, y un trago de agua que la lengua ha aprendido a llevar a la
faringe y al esófago de un solo chasquido, que no sé cómo lo podría hacer
conscientemente, y por ello me siento orgulloso de esta lengua que habita mi
boca. Una tontería, ¿verdad?
- Piedad.
Conmigo mismo, con mis familiares y amigos, y también con los de
otros pacientes y otros profesionales. Piedad es reconocer el impacto del
sufrimiento en el paciente y sus familiares y tener conmiseración. La
enfermedad cambia el curso de la vida de los pacientes. Ser enfermo es volverse
frágil, es perder la integridad física y/o mental que caracteriza al ser
humano. La piedad permite tener clemencia, entender lo que significa la
enfermedad en el devenir personal, familiar, laboral y social del paciente.
- Placer.
Uno cree haber perdido todo-todo, pero no, hay cosas que resurgen casi sin
percibirlas, que se ponen en pie solas. El primer coito y orgasmo, un
maravilloso placer. Tengo dos neuronas, una arriba (en el cerebro) y otra abajo
(ya se sabe dónde)...¡y ambas han resistido al coronavirus!
- Ternura. Ternura es tener una actitud de reconocimiento
del “otro”, del prójimo (propios familiares, otros pacientes y sus familiares y
profesionales de todo tipo) como humano doliente, que precisa de un afecto y
delicadeza especiales. Es, en un ejemplo, dar la mano (por cortesía), pero dar
un apretón cálido, que diga “aquí estoy, para ayudar con cercanía, sencillez y
sinceridad, con el calor de un humano que identifica a otro humano que sufre”.
Equivocadamente, la ternura sólo suele esperarse y/o exigirse en las relaciones
amorosas, pero justo pacientes y familiares necesitamos ternura a chorro.
No es fácil enfermar y reflexionar sobre lo sucedido. Son tantas las fibras que toca la enfermedad que uno acaba estando en carne viva, poco dado a intentar emplear la lógica, sólo preocupado por el simple vivir.
He intentado dar unas pinceladas con
brocha gorda de mi propia experiencia. Estoy seguro de que habrá quien sepa
expresar más y mejor lo que he reflejado en estas líneas.
En cualquier caso estamos hermanados y
compartimos gran parte de lo que nos sucede; por ello será fácil aprender de la
experiencia colectiva de una pandemia covid19 que ha puesto de rodillas a una
Humanidad mal preparada por insolidaria, y a unos políticos y científicos que
han actuado como pollos sin cabeza incrementando el número de muertos y el
sufrimiento con sus medidas sin fundamento, ni equidad, ni ética.
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Juan Gérvas, Doctor en Medicina, médico general jubilado, Equipo
CESCA, Madrid, España. jjgervas@gmail.com @JuanGrvas https://t.me/gervassalud
Gracias...el estilo y la belleza no se pierden...
ResponderEliminarQue chulo Juan G. Y Juan S. Que alegría da ver personas que quieren aprender y seguir. Y compartir. Conocerse es una verdadera revolución
ResponderEliminarCada nueva lectura nos aproxima más a tí como ser humano, Juan, y es una generosidad que agradezco infinito!! Gracias por dejarnos ver a la persona detrás de la máscara!! Un abrazote!!
ResponderEliminarHe leído sus tres crónicas, que me han acercado, a través del testimonio, a una experiencia tristemente compartida por tantos. Interesante y cercano poder asomarse a todos los recursos empleados, también a la vulnerabilidad extrema y la posibilidad de la muerte. Eso potencia la vida, ¡sea esta lo que sea! ¡Feliz recuperación y nos seguiremos encontrando en sus reflexiones, críticas, anhelos y proyectos para un mundo mejor!
ResponderEliminarAdelante!. Pero ojo que el maligno acecha.
ResponderEliminarTe agradezco mucho, Juan, tus textos compartiendo tu experiencia de enfermedad. Son escuela de humanidad.Un fuerte abrazo para Mercedes también
ResponderEliminarJuan, gracias. Simple y maravillosamente humano......
ResponderEliminarGracias,por seguir.Un abrazo a yoda la familia
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