Con este relato le invito, amable lector/a, a utilizar las “piezas” que siguen para componer un paisaje que comparta conmigo, el paisaje de mi paso por dos hospitales (primero en Murcia, luego Madrid) ingresado por una gravísima neumonía por covid19.
Introducción
En Medicina distinguimos entre:
- Mapa: el conjunto de conocimientos, recursos y técnicas que pueden ayudar a pacientes y comunidades ante las enfermedades-accidentes y la muerte. El mapa responde a un cúmulo de tecnología, ciencia y habilidades que es más o menos común a todo profesional, en su campo.
- Territorio: la forma peculiar y única de cada persona-comunidad de vivir y expresar el sufrimiento que conllevan enfermedades-accidentes y muertes. Para conectar el mapa y el territorio, hay que aceptar con humildad el habitual desconocimiento profesional de culturas, formas de vida y desigualdades sociales que apenas se entrevén en la enseñanza reglada de ciencias de la salud, como los idiomas y la cosmovisión de poblaciones diversas.
- Paisaje: interpretación común entre pacientes-comunidades y profesionales para comprenderse mutuamente y generar una imagen que ayude a hacer “vivibles” las adversidades, las enfermedades-accidentes y el enfrentarse a la muerte. Estos “paisajes” son imaginarios y compartidos, en la mente de profesionales y pacientes-familiares-comunidades.
Con este relato le invito, amable lector/a, a utilizar las “piezas” que siguen para componer un paisaje que comparta conmigo, el paisaje de mi paso por dos hospitales (primero en Murcia, luego Madrid) ingresado por una gravísima neumonía por covid19. También puede verlo como un ejercicio de imaginación, siendo cada “pieza” una tesela con la que recomponer un mosaico imaginario.
Las “piezas” van un poco al azar, sírvase usted mismo/a:
1. Chupito de oxígeno. Los suplementos de oxígeno son clave en el tratamiento de sostén de la neumonía. A lo largo de la evolución, si es favorable, se va disminuyendo la concentración del oxígeno hasta pasar al final a respirar el aire ambiente sin más. Cuando hacía alguna “barbaridad”, como ir a cepillarme los dientes sin oxígeno, al volver tenía disnea. Si alguna enfermera o auxiliar se daba cuenta, me proponía un chupito de oxígeno; por ejemplo, media hora el flujo de oxígeno al doble de la normal ese día.
2. El poder del tacto. El peor día de desesperación y desánimo, quizá el único, fue el día en que me trasladaron de la UCI aislado a la UCI en común. No sé el porqué. Me sacaron del hoyo anímico unas manos femeninas que, sin guantes, me cubrieron piadosamente la frente dándome su calor. No sé qué le llevó a hacerlo. Creo que era una médica. Me serenó.
3. Suecia-España. No había visto en mi vida un partido de balonmano, ni en directo ni en televisión. Pues bien, mi vecino de habitación tenía el capricho, y lo vimos juntos. Me resultaba insólito pero pasé un buen rato. Perdió España.
4. Moreno integral. El ingreso ha sido en los meses de enero y febrero, y en diciembre había disfrutado de las calas del Cabo de Gata, practicando el nudismo, nadando y andando por los montes. A todo el mundo le llamaba la atención un moreno tal en pleno invierno boreal, por más que nadie dijera nada. Sólo una médica me preguntó directamente si practicaba el nudismo: “sí, soy de los viejos que lo llevan practicando toda la vida”.
5. Hecho en China. Casi constantemente, el ingreso hospitalario es un maratón de biometría en el que varias veces al día me medían presión de oxígeno, pulso, respiraciones por minuto, tensión arterial, glucemia y temperatura. Con frecuencia fallaba el termómetro (en la oreja, en el conducto auditivo externo, con un molestísimo sonido cuando había subido). La auxiliar, que tenía una vieja historia contra China, murmuraba: “hecho en China”.
6. Drogas, aunque sean legales. Mantengo la hipótesis de que nuestro cerebro es demasiado para nosotros mismos, y de ahí el apetito por consumir drogas, que deberían estar todas legalizadas. Pues bien, además de la oxigenación, en la covid19 es clave la sedación y en mi caso se empleó fentanilo, unas cien veces más fuerte que la morfina. Me llevó al séptimo cielo, hasta el punto de no ser capaz de “individualizar” a las personas que me atendían, que casi me parecían seres mitad mecánicos mitad humanos.
7. Agua en tetrabrick. En uno de los hospitales se suministraba agua a los pacientes, y en tetrabrick, de lo más moderno. En el otro, no, en ninguna forma, había que comprarla en la máquina de la entrada, a la que no podíamos llegar los encamados sin movimientos. Siempre hubo algún profesional o paciente que resolvía el problema (no estaban permitidos los acompañantes).
8. Ucrania. Me mandó fotografías desde Ucrania un amigo y compañero, que estaba con un proyecto sanitario. Las comenté y escribí: “mi cuerpo es ahora una ucrania unipersonal, en un proceso que no entiendo pero se requiere tacto infinito para no complicar la situación”. Es el difícil arte, si fuera arte, de transformar ciencia, conocimientos, valores y experiencia en alternativas que ayuden a tomar decisiones en situaciones de gran incertidumbre.
9. Más neardental que cromañón. He sido toda la vida un bruto asilvestrado, de la línea que murió con los neardentales, y ahora me doy perfectamente cuenta al perder fortaleza física. Definitivamente tendré que cambiar pues “el espíritu es fuerte pero la carne, débil”.
10. Merienda con jamón. Los médicos apenas se asoman unos minutos a las vidas de sus pacientes. Incluso estando hospitalizados e inmovilizados no suele haber profesionales que cubran al día ni una hora en total. Eso da libertad y vida a los pacientes y, llegado el caso, se puede montar una timba, con la puerta cerrada, para compartir un poco de jamón, y disfrutar de un rato de cháchara en torno a la comida.
11. La vía. Lo primero, casi un ritual, es poner “una vía” al paciente conforme ingresa o se le atiende en urgencias, para administrar con facilidad medicación intravenosa. Es algo sagrado, que sólo se quita cuando se le da el alta al paciente, por más que en muchos casos esté de sobra (el 40% en urgencias son inútiles). Así que todo el día con la vía a cuestas.
12. 100 años de Ulises. Durante el ingreso se cumplieron cien años de la primera publicación del Ulises de James Joyce que leí en la edición de Lumen, de 1976, traducida por José María Valerde. Me deslumbró. No compite con El Quijote, pero casi.
13. Orinar. No me tuvieron que sondar en ningún caso, oriné espontáneamente en una botella ad hoc, cuando no podía ir al cuarto de baño. Al comienzo, con la sedación y demás, no era fácil apuntar y llenar la botella al orinar; luego me convertí en maestro. En una ocasión se volcó y hubo que cambiar la cama, sin ninguna protesta ni crítica del personal auxiliar. En otra, una residente de neumología rozó y tiró la botella al suelo, y se manchó los pantalones; con elegancia no manifestó más asco que si hubiera sido agua, terminó la visita y fue a cambiarse.
14. Defecar. El fentanilo, y la codeína (que en alguna ocasión tiré sin tomar pues era para la tos y nunca tuve tos molesta) me paralizaron el intestino, y requerí dos enemas de limpieza. Tan incómodo como los enemas, el uso perentorio de la bacinilla, el orinal bajo, y el depender de terceros. La evité en cuanto pude, a veces requiriendo después la piedad profesional de un “chupito de oxígeno”.
15. Compañero entre compañeros. Soy médico rural jubilado, y ex-profesor de salud pública, muy conocido por mis críticas a la medicina sin límites, y a la arrogancia, el síndrome de hubris, de muchos compañeros, especialmente ligados a las industrias. Eso incluye la promoción del uso racional de las vacunas, también de las vacunas contra la covid (que todavía no he aprobado, ni utilizado en mi persona). En todos los casos fui identificado de inmediato en las urgencias, y luego en planta. Fui tratado como compañero entre compañeros, algo que me gustó sobre manera. Como profesional fue un disfrute comprobar su elevado profesionalismo y ética, y su capacidad para dialogar con un tipo complicado como yo.
16. El Jueves. He leído en papel revistas satíricas desde La Codorniz, más Papús, Hermano Lobo, etc. En la actualizad sigo con El Jueves, que me hacía llegar la familia cuando no era posible la presencia de acompañante para dármelo en mano. Lo raro, y bonito, es coincidir con un compañero de habitación que también recibía y leía todas las semanas la edición en papel de El Jueves.
17. Historias paralelas. Durante un ingreso hay cien historias que cursan al tiempo, de pacientes ingresados y sus familiares y de profesionales. Si uno escucha, muchas surgen espontáneamente. Los ojos maquillados cuidadosamente de Silvia, con su doble trabajo. La diabetes desde la infancia de Carmen. La práctica de mi ruso elemental con Olga. Laura, que conoció a su marido cuidándolo como paciente en la UCI. Javier, que fue al estreno de “Drive my car”. El atropello de Santiago. La mujer de Roberto, que salía a comprar agua en envases de cinco litros, pues su marido tiene diabetes insípida. Aresio que me atendió pero también visitó y me dejó para leer “Tocar los libros”. Abel, con quien compartí hospital, inesperada y trágicamente. Etc.
18. Presentarse, o no presentarse. La mayoría de los profesionales se presentaban la primera vez que aparecían. Costaba recordar sus nombres e identificarlos, sobre todo por mascarillas y equipo homogéneo, pero solía anotar sus nombres y alguna característica que posteriormente me permitiera identificarlos. Nada como el paso final a planta “normal”, en que podían entrar acompañantes, de Medicina Interna, en el hospital Morales Meseguer, Murcia, a las diez de la noche, en que las enfermeras, literalmente, se presentaron y me dieron la bienvenida invitándome a que llamase para que esa noche ya pudiera estar mi esposa. Irradiaban serenidad.
19. Ascensores inverosímiles. Para hacer algunas pruebas fue imprescindible el traslado, por ejemplo para la TAC. En algún caso, además de pasillos estrechos, el ascensor tenía medidas que obligaban a que la botella de oxígeno fuera en brazos del celador, que tenía que encoger la tripa para que cupiera la cama. Daba miedo pensar en un fallo y tener que estar allí encerrado.
20. ¿Qué toma para dormir? En la UCI abierta fue infernal el ruido de los aparatos, desconcertante por su falta de ritmo. Pedí algo para dormir, y me preguntaron que qué tomaba habitualmente: “nada”. Dejé de pedirlo al tercer día, al comprobar cómo me atontaba el resto de la jornada.
21. Óleo para el talón. Soy de los que no se cuidan mucho los pies, de los que andan descalzos, también en los acantilados sobre rocas, pero no me había dado cuenta del deterioro de los talones tras tantos días de encamamiento. Me dieron un óleo, para reforzar la piel, más crema hidrante. Aprendí a hacerlo y jamás he tenido tan cuidados los pies.
22. Comida. En la UCI la comida se presentaba en envases de plástico de dificilísimo uso, y más para alguien con gran deterioro, y sedado. Logré no atragantarme ni volcar nada, con infinita paciencia. En los demás servicios todo fue más normal. Incluso en el hospital de La Princesa, Madrid, podía elegir el menú el día anterior. Como excelentes, una sopa murciana en el primer hospital, y un pollo en pepitoria en el segundo.
23. Sísifo. Cuando empeoré y llegué a urgencias del segundo hospital me sentí como Sísifo, aquel rey mitológico castigado a empujar cuesta arriba por una montaña una piedra que, antes de llegar a la cima, volvía a rodar hacia abajo, repitiéndose una y otra vez el mismo proceso. Me acordé de Charles Baudelaire y su “Flores del mal”: “¡Para levantar un peso tan abrumador, Sísifo, sería menester tu coraje!” Y ello hice, sacar fuerzas de flaqueza.
En mi caso, de paciente sano de 73 años con gravísima neumonía por covid19, los profesionales sanitarios emplearon un cúmulo de recursos (el mapa) que se adaptaron a mi peculiar situación y sufrimiento (el territorio) y creamos un paisaje común, una imagen compartida del conjunto, que permitió mi supervivencia al aceptar la necesidad de los tratamientos y del ingreso y del seguimiento.
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Juan Gérvas, Doctor en Medicina, médico general jubilado, Equipo CESCA, Madrid, España. jjgervas@gmail.com @JuanGrvas https://t.me/gervassalud
Una Ucrania unipersonal... Tremendamente descriptivo... siempre un gusto leerte, Juan!
ResponderEliminarCuánta y qué hermosa literatura en tu mirada, y cuánta vida empujando hacia la vida. Mirada, vida, emoción. Me ha encantado el elogio a la humanidad de tus cuidadores, me aviva la vocación por seguir siendo sanitaria. Aunque no lo contaras tan bien, lo recibiríamos igualmente con un aplauso. Ucrania ha quedado atrás, y tus talones van más hidratados que nunca. Enhorabuena
ResponderEliminar-la cuestión no es si mueren los no-vacunados
ResponderEliminar-la cuestión es si el vacunado moribundo no se arrepiente de haber sido vacunado
-la cuestión, también, es que "lo evidente" (el Sol gira alrededor de la Tierra) puede ser falso pues la ciencia es contraintuitiva
-lo "evidente" en los estudios observacionales puede ser falso, y de hecho serlo si lo comparamos con los ensayos clínicos
-lo "evidente" en los estudios observacionales puede parecer verdad cegadora, pero no serlo
-hay muchos ejemplos de "lo evidente" falso en Medicina, de estudios observacionales, demasiados
-todos los médicos clínicos, no sólo los cirujanos, poseemos un "cementerio que todos los cirujanos llevamos dentro", dijo el cirujano francés René Lariche
-es decir, como diría el alemán Rudolf Virchow, "cuando un médico asiste al entierro de un paciente, a veces la causa va detrás del ef
-es obligado tener en cuenta los sesgos de llos estudios observacionales, ya tenemos demasiadas muertes provocadas por torres de arrogancia médica sobre cimientos de ignorancia científica (uno de los ejemplos es la restricción de sal...)
-en las vacunas covid19 tenemos el mismo problema que en las vacunas gripe, que los estudios observacionales no coinciden con los ensayos clìnicos
-peor, en las vacunas covid19 no tenemos los datos brutos de los ensayos clínicos, son inaccesibles a investigadores independientes
-en esta situación es imprudente el empuje sin fisuras y sin dudas para que se vacune la Humanidad
-en fin
-recomiendo la lectura de "Diálogo entre un moribundo vacunado covid19 y su médico. Entre creencia y ciencia, en un caso de covid19". https://www.actasanitaria.com/opinion/el-mirador/dialogo-entre-moribundo-su-medico-entre-creencia-ciencia-en-caso-covid19_2001224_102.html
gracias por tu experiencia tan bella y dura a la vez ..como la vida misma... pero como medico humanista y como ser humano pienso ...como es posible todavia que se deje solo a un paciente en a uci ...como es posible que no se permita compañia de un familiar en las ucis..ni por covid ni por ninguna patologia deberia estar nadie solo por obligacion ... y menos en una situacion extrema de vida o muerte ... es terrible ...cuantos pacientes mejorarian ademas de con medicacion con la mano cariñosa de su ser querido al lado ...como es posibe que tu familiar o uno mismo pueda morir en una uci y no te permitan estar ahi con el ...y sea una cortina azul la ultima cosa que vea en su vida ....es incomprensible del todo para mi
ResponderEliminarGracias una vez más por compartir tu experiencia. Ayuda ante tanto miedo a lo desconocido y al sistema sanitario. Un abrazo y otro para Mercedes
ResponderEliminarQue la salud y la fuerza le acompañe por mucho tiempo por su bien y por el de las personas que seguimos su saber. Animo!
ResponderEliminarOjalá más pacientes hospitalizados compartieran su experiencia con todo el mundo (más con el personal sanitario).Mejoraría mucho la atención sanitaria y el conocimiento de la realidad social.Gracias de tu hermano. Un a razo
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