Morirse es frecuente, y complicado en general
Morirse es muy frecuente. De hecho mueren todos
los pacientes y conviene ver como “normal” que muera el 100% de los humanos.
Sin embargo, el sistema sanitario se enfrenta a la muerte como si fuera algo
excepcional e increíble, incluso como si siempre fuera un fracaso.
No es extraño, pues, que el humano enfermo crónico llegue a morir en condiciones indignas, como por ejemplo (aquí):
- en una ambulancia yendo a urgencias y siendo paciente terminal “para que le hagan todo-todo-todo”,
- en un “box” de urgencias en medio del caos organizativo que conlleva la epidemia de gripe de cada año, o la ausencia de personal en verano,
- en su propia casa, agobiando a sus familiares y malatendido por los profesionales de primaria,
- compartiendo habitación con otros pacientes, en un hospital, sin intimidad alguna,
- en día festivo por la mañana con las medidas heroicas de los profesionales de emergencias.
Es un problema morirse, que a veces se resuelve con bien, pero es frecuente que morirse sea un doble problema, por la propia muerte y porque, sencillamente, el sistema sanitario no está preparado para responder adecuadamente a la muerte y a sus circunstancias. Lo demostró bien el “caso Leganés (Madrid)”, en 2005, un supuesto caso de “eutanasia activa, masiva y continuada en urgencias, en 400 pacientes” (aquí).
Soluciones verticales, atractivas pero
perjudiciales
En general, las soluciones verticales son muy
frecuentes por resultar muy atractivas para políticos y gestores. “¿Hay un
problema? ¡Busquemos una solución directa!” parecen pensar políticos y
gestores. Y así se hace, sea frente al dengue,
ante los trastornos alimentarios, o frente al problema de morirse.
Por ejemplo, los programas para los pacientes
con EPOC, tan de moda y tan irracionales, pero tan interesantes por los
intereses que generan.
También todo lo de la cronicidad, donde “hay
que mantener en el radar al paciente”, lo que significa complicar la vida al
paciente y a su familia (incluso cambiar de médico al paciente por “el programa
del crónico complejo”) pero que da tan buen rédito político sin que cambie nada
en salud.
En otro ejemplo, los programas de gestión de
casos, con los pacientes convertidos en puros casos según su enfermedad.
Sirve también de ejemplo todo lo de la insuficiencia cardíaca, con sus enfermeras especializadas y sus unidades hospitalarias, que mejoran los datos que interesan pero poco más (pese a las inversiones millonarias en las “unidades de insuficiencia cardíaca”) (aquí y aquí).
¿Qué decir de los “equipos para domicilios” que
arrancan a los pacientes de sus profesionales “naturales” para llevarlos a
profesionales desconocidos “que lo hacen mucho mejor” en los avisos a
domicilio?
Las soluciones verticales crean estructuras organizativas que brillan, se pueden inaugurar y responden a la idea elemental de “siempre hay una solución simple para un problema complejo”.
Una respuesta vertical “resolutiva” puede ser
venenosa si se mezcla con otras respuestas verticales “resolutivas”
En general, la respuesta vertical suele obtener
mejores resultados en la atención al problema en que se centra, pero fallan si
se mide el conjunto de las personas y poblaciones.
Cada respuesta vertical puede ser adecuada,
pero cuando se suman llegan a ser peligrosas y perjudiciales pues es raro el
paciente, por ejemplo, que sólo tiene EPOC. Con frecuencia este paciente padece
gripe, o se deprime, o se cae y tiene una fractura, o se separa, o se le muere
el cónyuge, o tiene diabetes, o padece Parkinson, o tiene hipertensión, o pasa
una temporada de insomnio, o está con la menopausia, etc. Sucede lo mismo con
los programas como “revisión del niño sano”, “consulta de adolescentes”, “obesidad”,
“pacientes con VIH/SIDA”, “personas trans”, etc.
En países como EEUU, donde se favorece mucho la alternativa vertical (disease management, y programas del estilo) frente a la horizontal de la atención primaria fuerte y polivalente, finalmente los programas verticales de tercera generación llevan a la “gestión global”. Es decir, a crear una atención primaria fuerte y polivalente (aquí).
Los programas verticales “ideales” para cada problema devienen pesadillas al sumarse en la persona con distintos problemas. El recurso a la solución fácil vertical ya opuso hace 2.500 años a egipcios (respuesta focal vertical) frente a griegos (respuesta general global).
El texto clásico sobre esta cuestión, el daño de los programas verticales se publicó en Le Monde Diplomatique (aquí). Sirve también el informe del Banco Mundial (aquí).
El cambio epidemiológico, tecnológico, y social, con la multimorbilidad por situación más frecuente, convierte la respuesta "vertical" en una respuesta venenosa y peligrosa para la salud de pacientes y de poblaciones pues lo que se precisa es fortaleza de la salud pública y de la atención primaria. Buen ejemplo es este caso en Namibia, donde se prestaban programas verticales de VIH/SIDA y de salud sexual, y se horizontalizaron para promover la respuesta global de una atención primaria fuerte (aquí).
PADES, una solución vertical hipertrofiada
La atención al paciente terminal es
manifiestamente mejorable, y son frecuentes los que mueren con un mal control
del dolor y de otros síntomas y signos, como por ejemplo disnea, estreñimiento,
insomnio, angustia y edemas. Para evitar este sufrimiento innecesario en los
pacientes que desean morir a domicilio, y para disminuir las consultas a
urgencias (e ingresos hospitalarios) se pueden adoptar distintas estrategias no
excluyentes. Así, 1/ el desarrollo de hospitales de cuidados mínimos para
terminales (los hospice
anglosajones), 2/ la implantación de equipos especializados de soporte a
domicilio para dar apoyo a médicos/enfermeras de cabecera para que atiendan a
sus propios pacientes y 3/ la capacitación y actualización para dichos
profesionales de cabecera lleven hasta el final la longitudinalidad que les
caracteriza (incluyendo la consulta sagrada de certificar la muerte).
Las dos primeras respuestas son “verticales”;
la tercera es “horizontal”.
Las respuestas verticales debilitan la
organización horizontal, la atención primaria que atiende a pacientes, familias
y comunidades en su conjunto. Por ejemplo, los pacientes terminales acaban
dependiendo del programa de soporte a domicilio y de sus profesionales, y la
atención primaria acaba siendo apartada, debilitada y ninguneada.
Este es el caso de los equipos de apoyo para la atención a pacientes terminales a domicilio bien analizado por el FOCAP (Fòrum Català d’Atenció Primària). En Cataluña se crearon las unidades de apoyo a la atención primaria, llamadas PADES (Programa d’Atenció Domiciliària i Equip de Suport) pero que en la realidad no son de apoyo pues han substituido a la atención primaria. Se empezó, claro, con la demostración de los problemas para morir en casa con dignidad, y en vez de potenciar la atención primaria y a los profesionales “naturales” (de cabecera) se creó una organización de apoyo que en la práctica ha terminado hipertrofiada y anulando a la atención primaria y destruyendo la longitudinalidad en un momento clave personal y familiar (aquí).
Pérdida de competencias y habilidades
Estos programas verticales convierten en
irrelevante y prescindible a la atención primaria. En un círculo vicioso, de
retroalimentación negativa, al final los profesionales “naturales” pierden
capacidades y habilidades y, por ejemplo, no se sienten competentes para
atender en domicilio a pacientes terminales.
La falta de práctica (“de hacer manos”) hace
cada vez más imperfectas las respuestas de primaria, lo que lleva en un ciclo
infernal a más programas de soporte a domicilio, más debilitamiento de la
primaria y así sucesivamente.
Al final, los pacientes que quieren morir en
casa se ven como “ajenos” a la atención primaria y dependientes en exclusiva de
los programas de soporte a domicilio.
Con frecuencia, por ejemplo, el paciente terminal es dado de alta en el hospital y sale ya con el programa de soporte a domicilio “colocado”, antes incluso de notificar nada a su médico de cabecera.
La mejora de la respuesta horizontal
Las visitas a domicilio son parte del trabajo diario del médico de cabecera, bien para atender a urgencias bien a crónicos. Los pacientes crónicos a domicilio son las “camas” de los médicos generales (aquí).
Entre los crónicos, nada tan sagrado para los
médicos de cabecera como los domicilios de los terminales (incluyendo la visita
final para certificar la muerte). Es lo mismo para
las enfermeras; una “buena enfermera” de primaria vive sobre todo en la calle y
atendiendo a domicilio, lejos de los programas, guías, algoritmos, la
prevención y la “educación para la salud” conque las ciegan en las consultas de
los centros de salud (aquí).
Lamentablemente, los médicos de cabecera rechazan cada vez más las visitas a domicilio. En parte es consecuencia de su formación, del MIR de Familia, que los recluye bien en el hospital para las guardias y rotaciones, bien en el centro de salud para las consultas. Muchos médicos de familia terminan sintiéndose cómodos sólo en las urgencias hospitalarias (“médicos de urgencias”), y muchos se apegan a las mesas de los centros de salud como las enfermesas (“médicosmesa, de centros de salud”).
Pero una atención primaria fuerte es capaz de
ofrecer servicios a domicilio con naturalidad y capacidad de resolución, y sus
profesionales se mueven como pez en el agua en las casas de sus pacientes y en
la comunidad.
Los enfermos que quieren morir en casa esperan el compromiso del médico general/de familia mucho más allá de su horario y mucho más allá de lo habitual, pues el paciente terminal y su familia pueden precisar apoyo a horas intempestivas, en días festivos incluso. Este compromiso lo aceptan algunos médicos de cabecera, que no dudan en dejar al paciente y su familia el número de teléfono personal y que organizan una atención integral que tiene en cuenta la cultura local. Sirvan de ejemplo los profesionales de los centros de Almanjayar, Albaicín y la Cartuja (Granada) con su interés por la etnia gitana en su enfrentarse a la muerte (aquí).
Pero si se quiere extender tal conducta habría que contar con el interés político que facilite y exija dicha atención y que utilice fuertes incentivos para que médicos y enfermeras de cabecera se comprometan a prestar atención integral de la muerte a domicilio en condiciones dignas y sin sufrimiento evitable.
La introducción de tales organización e incentivos exige el compromiso de médicos/enfermeras generales, equilibrados, competentes y capacitados, que cuenten tanto con su conocimiento como con sus limitaciones para colaborar con otros miembros del equipo de atención primaria (fundamentalmente trabajadora social y farmacéutico comunitario) y con el segundo nivel (fundamentalmente, programas de soporte a domicilio, de paliativos) (aquí y aquí).
En síntesis
La muerte es la cosa más natural. El sistema
sanitario debería dar respuesta a la muerte para facilitar que el paciente
pueda morir con dignidad. En el caso de querer morir a domicilio, el trabajo
básico corresponde a los profesionales “naturales”, los de atención primaria
que conocen al paciente, la familia y la comunidad de toda la vida.
Los programas de soporte a domicilio deberían
actuar como consultores, no como principales actores.
La buena muerte, rodeado de quienes nos estiman y atienden de toda la vida, depende de la respuesta horizontal, de una atención primaria fuerte.
Juan Gérvas, médico general rural jubilado, Equipo CESCA, Madrid, España.
jjgervas @gmail.com www.equipocesca.org @JuanGrvas
Mercedes Pérez-Fernández, Especialista en Medicina Interna, médico general jubilada, Equipo CESCA, Madrid, España. mpf1945@gmail.com
Mercedes/Juan
ResponderEliminarVuestro análisis, lúcido y doloroso porque retratais el funeral de la primaria, enterrada verticalmente.
Abrazos a ambos
José Antonio Tous
Pasa a veces que a fuerza de asumirlo todo se termina apretando en nada.
ResponderEliminarOtras, que un paternalismo “bueno” se las arregla para fagocitar la autonomía de las personas. Con la mejor intención, a eso se le llama humanidad.
Y entonces hay que pararse y ver qué corresponde al Sistema Sanitario, qué al médico y qué al paciente. Se dan por obvias atribuciones que ni de lejos lo son.
De nuevo una entrañable entrada de lo que podría ser en Atención Primaria frente a lo que es.
De nuevo una tímida (no obstante meritoria) autocrítica de acciones y omisiones de los propios profesionales en la valoración global de su triste devenir.
De nuevo todos los males, incluidas la amputación de facultades y la invasión de competencias, pareciera ser culpa de terceros. Entre otros, de urgencias hospitalarias y de apoyo/ hospitalización a domicilio. ¿Antes el huevo? ¿O la gallina”
Puede que sea al revés, que dichos ámbitos asistenciales vienen a cubrir huecos que la AP (por los motivos que sean) NO CUBRE. Puede que aspectos como la despreocupada cesión de competencias facultativas a otros estamentos o las frecuentes derivaciones del antes “medicomesa”, ahora más bien medicomesateléfono, sin previa valoración presencial, puede, digo, que no influyan en ese devenir. Pero ¿y si sí?
Entre tanto, la “buena muerte”, “morir con dignidad” depende de una AP fuerte tanto como un buen chaparrón de una fábrica de paraguas.
Y no sé yo si se está errando el tiro cuando se afirma que el “compromiso” del médico consiste en no dudar en dejar su teléfono personal a paciente y familiares. Por supuesto, en equidad tendría que ser a TODOS, no solo a terminales. De otro modo estaría discriminando a sus pacientes no terminales, de lo que tendría que dar una cuenta que se antoja poco “natural”.
Todo el apoyo a la profesión en el “infierno” de la AP no, lo siguiente.
Pues se constata cada día que sus problemas mientras salpican existen.