Nuestra sociedad ha idealizado el concepto de salud: absoluta, libre de sufrimiento, sin riesgo alguno de pérdida, imprescindible para nuestra felicidad… Y, al mismo tiempo, ha asumido tener derecho a poseerla. Una salud que se antoja inalcanzable, pero que perseguimos de modo que roza lo obsesivo. Una salud que está enferma y tiene la capacidad de enfermarnos. Más allá de la dificultad de definir o concretar qué es la salud, hay algo que tengo claro: Si una persona, por muy sana que esté, se siente enferma, deja de estar sana. De modo inmediato.
Y no solo lo digo yo, ya la Organización Mundial de la Salud se encargó de dejarlo claro a mediados del siglo pasado: «un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades». Sin entrar en que, aplicando la referida definición, no tengo claro haber estado sano en muchos momentos de mi vida salvo quizá en algún orgasmo (Imre Loeffler dixit), el mero hecho de sentirte enfermo te hace perder esa parte de «bienestar mental». A poco que ese sentimiento de enfermedad te lleve a determinadas conductas, puedes acabar perdiendo también el «bienestar físico». Las personas sin bienestar social, directamente, no pueden estar sanas (por si dudabas de los determinantes sociales de la salud).
¿Y qué es lo peor de la capacidad de robarte la salud que tiene el sentimiento de enfermedad? Que en una parte no desdeñable de casos, ese sentimiento de enfermedad no es casual. Todo lo que nos rodea, de mil y una maneras diferentes, nos va robando pedacitos de salud que luego querrán volver a venderte a precio de oro. El mundo del business en el que vivimos quiere hacernos sentir enfermos porque la enfermedad, mejor dicho, el temor a la enfermedad, vende. Y si el camino es que dejemos de sentirnos sanos, nos lo harán transitar y, además, pagaremos por ese tránsito, y no sólo con dinero. Ese es el precio del negocio, tan simple como perverso, pagas con dinero y con salud.
Estamos rodeados de mensajes, ideas y creencias que nos hacen sentir enfermos. ¿Cómo es eso posible? ¿De verdad nuestra sociedad se autoboicotea de esta forma? Sí. El sentimiento de enfermedad vende y no solo comercialmente (que también). Te generan un sentimiento de enfermedad —o de pérdida de salud— que te lleva directo a consumir determinados productos, desde fármacos hasta alimentos, pasando por pruebas diagnósticas, chequeos, complejos vitamínicos o consultas médicas en oferta. Y mientras andas por ahí buscando la salud, te alejas de donde realmente podrías encontrarla: en la frutería, en el parque o haciendo ejercicio.
Pasar consulta cada día te recuerda que «para morirse solo hace falta estar vivo» y que, igual que el mando a distancia funciona hoy y mañana eres incapaz de cambiar de cadena, la salud (la real) puede perderse de forma inesperada de un día para otro. Hoy estás sano y mañana la vida te ha cambiado para siempre. Disculpen si me indigno con que quieran ¡y puedan! privarnos de sentirnos plenos de salud mientras seamos capaces de hacerlo.
Personas angustiadas por los resultados que han encontrado tras buscar sus síntomas en internet a horas intempestivas de la noche: Google es solo uno de los grandes responsables de estos robos de salud. Allí, a pesar de que muchos resultados te ofrezcan explicaciones o posibilidades diagnósticas bastante benignas, la sola aparición, aunque sea en un párrafo perdido, de la palabra cáncer tiene la capacidad de garantizarte una noche de insomnio y sudores. Que la página consultada sea más o menos fiable no es algo que de por sí te ayude a sentirte tranquilo. Esto, cuando la frecuencia media de síntomas en la persona adulta es tan alta (uno cada cuatro días) puede ser agotadoramente frecuente si no se tiene la virtud de no prestarle atención a todos ellos. En ocasiones, lo buscado no es el síntoma sino el significado de ese asterisco que adorna los resultados del análisis que, tan amablemente, tu aseguradora privada o servicio de prevención de riesgos laborales pone a tu disposición para ser consultado online en cualquier momento. El asterisco como motivo de consulta y con capacidad para robarte un pedazo de salud. Con lo mono que es, tan navideño.
Un supermercado plagado, pla-ga-do, de mensajes que te atemorizan para con ello influir en tu cesta de la compra. ¿Seguro que no quieres bajar tu colesterol con estos yogures líquidos o esa margarina que cuida tu corazón? ¿No te vendrá bien que la leche sea enriquecida en calcio (la otra, la de toda la vida, debe ser pobre)? ¿De verdad no vas a elegir esos cereales de desayuno para tu hijo que tienen una combinación exclusiva de cinco vitaminas y hierro? ¿Cómo privarles de una merienda de sandwich de nocilla si el pan de molde, según su etiqueta, es natural y la nocilla es sin aceite de palma? ¿Cómo resistirse a comprar productos sin gluten y sin lactosa con lo malo que debe ser eso para la digestión de toda la familia? ¿Qué madre de bien compra a sus hijos productos con colorantes y conservantes pudiendo comprarlos sin? Supermercados que parecen farmacias… Y farmacias, que parecen supermercados cuando no un bazar lleno de reclamos publicitarios y técnicas de marketing donde puedes comprar desde gorras, cremas anticelulíticas o champú anticaída, hasta mil y un complejos vitamínicos o chucherías saludables.
Una vida en redes sociales donde todo el mundo te muestra que, hablando de vidas, ellos tienen una mucho mejor que la tuya llevando tu autoestima al sótano de los horrores cuando no a consumir los productos que te recomienda el influencer de moda. Un sistema sanitario que está encantado de conocerse y de etiquetarte, con profesionales entrenados para diagnosticar y tratar, sin reflexionar lo suficiente en si el diagnóstico debe ser precoz u oportuno. Y como en Lluvia de Estrellas, entras por una puerta con tus síntomas (a veces ni eso son) y sales por la misma con variadas etiquetas diagnósticas y sus respectivos tratamientos. Ofertas de chequeos y cribados bajo la amenaza velada del «tú verás si no te lo haces» y el «más vale prevenir» confirmando que si estás aún sano es porque no has sido suficientemente estudiado.
Internet, supermercados, farmacias, consultas, pruebas, seguros de salud, chequeos, una obsesión por medirlo todo, falso positivismo y psicología de taza de desayuno, asteriscos, etiquetas diagnósticas más o menos reales… Y ahí en medio tú, ciudadano del mundo, habitante de una sociedad que boicotea su autopercepción de salud intentando liberarte de esa carga de sentimiento de enfermedad que te cuelgan cada mañana desde que enciendes la radio, entras en internet o vas a comprar al supermercado.
De todo eso, y de algunas cosas más, hablo en «La salud enferma». ¿Pretendo con ese libro vaciar la consulta de personas que no necesitan estar allí? Ojalá. Sería esencial para poder atender adecuadamente a quienes sí lo necesitan. Al menos, me gustaría poner mi granito de arena para conseguir que quien lo lea viva más tranquilo, liberado de esa presión, y pueda dar pasos que le lleven a sentirse y estar más sano.
Te invito a leerlo, y a estar —o no—de acuerdo conmigo, pero sobre todo, te invito a sentirte sano. Va tu salud en ello.
Fernando Fabiani
Es magnifico. Y debe comunicarse de mil maneras creativas
ResponderEliminarBuenos días. El enlace para suscribirse no funciona
ResponderEliminarAmenas, entretenidas y hasta cómicas las situaciones y gracietas presentadas. Pero, ¿falta un protagonista principal en el reparto?
ResponderEliminarAdecuada distribución de culpas y responsabilidades del desatino, desde la OMS hasta el (ab)usuario de la sanidad, pasando por “nuestra sociedad”, el supermercado e internet, entre otros. Pero ¿incompleta?
La profesión médica tenemos un arte y una parte en este desaguisado que, a fuer de honestos, no podemos disimular porque ya no caben bajo ninguna alfombra. Por acción a veces y por omisión muchas, hemos echado tantas veces a los pies de los caballos del Negocio la independencia de nuestra praxis que ya no sabemos si los pacientes confían mucho, poco o regular en su médico... o, simplemente hacen lo que, en consecuencia, tienen que hacer, visto lo visto. Que, a menudo no es otra cosa que, efectivamente, ir como vaca sin cencerro en asuntos de salud.
Una praxis médica que merezca la confianza del paciente que aspira a mantener tiene que bregar casi cada día por resistir el asalto a su independiencia por parte de intereses que poco o nada tienen que ver con la salud. O, sencillamente, desaparecer porque ya no servirá ni al paciente ni al Comercio. Y aquí estamos convocados desde el facultativo de a pie hasta las altas instancias asociativas y colegiales.
Pero, ¡ay!, eso conlleva etiquetas, estrellas de David en la solapa que pueden complicar y mucho el ejercicio honesto de la profesión: negacionistas, antivacunas, terraplanistas. Supone persecución profesional por disentir de una medicina basada en una “evidencia” creada de aquellas maneras.
He aquí el reto de todos los retos: redefinir conceptos de salud, enfermedad y curación partiendo de la prevalente caricatura de los mismos, que es el asunto principal, me parece, de esta entrada y del libro referenciado.
Redefinirlos desde la Medicina, no desde el Negocio, supone, entre otras muchas cosas, plantear hipótesis de investigación de los factores de salud y de los recursos curativos movilizados en la enfermedad, ésta misma, a menudo, un intento de adaptación, integración o superación a encauzar o fortalecer, no a suprimir indiscriminadamente con la más reciente “bala mágica” del Mercado en modo exclusivo y excluyente. Y a partir de ahí, el desarrollo de estrategias preventivas y terapéuticas en su apoyo.
Con la imprescindible ayuda de una Ciencia al servicio de la Medicina. No al revés, un prescindible sucedáneo seudoprofesional sometido a una “ciencia” que solo se debe al beneficio bursátil.
A cada quien lo suyo.
Estemos como profesión a la altura y asumamos nuestro “papel” al menos con la misma convicción que pedimos a terceros que hagan con el suyo.
https://www.medicosnaturistas.es/cantando-las-cuarenta-argumentos-clinicos-perennes-diez-anos-despues/