Comentario
de Enrique Gavilán:
Escribí
“Cuando ya no puedes más” hace cuatro años. Desde entonces, yacía en el fondo
de un cajón, olvidado, inacabado. Después de varios años desquiciado y
malherido por el trabajo, con el alma desfigurada y la ilusión perdida, en los
que todos mis intentos por recomponerme habían fracasado, un mal día tuve una
fuerte discusión con un familiar, y todo saltó por los aires. Me había
resquebrajado por los cuatro costados. Una locura.
Fue
entonces cuando sentí el impulso de registrarlo todo. Durante dos meses, con
disciplina, me levantaba todos los días temprano como si fuera a ir a trabajar,
pero para quedarme en casa escribiendo. Necesitaba cartografiar los senderos
que cercaban el precipicio en el que había caído y al que no quería volver a
asomarme nunca más. Me salió del tirón, de principio a fin. Acabé exhausto,
pero satisfecho. No tenía ninguna certeza, pero sí la intuición de que había
dado carpetazo a los días más oscuros de mi vida. Escribir me había servido de
catarsis.
Entonces,
te preguntarás por qué demonios he querido hacer público este libro ahora,
cuando ya había cumplido su misión. Yo mismo me hago la misma pregunta aún. Soy
consciente de que me expongo más de lo necesario, hasta el punto de que siento
algo de pudor al releer algunos párrafos. ¿Por qué, pues?
Mi relato solo me representa a mí. No es ejemplo de nada ni de nadie.
No contiene recetas, no es un libro de autoayuda ni un instrumento de denuncia.
No quiero que se me erija como estandarte de la causa perdida de los médicos quemados.
Las condiciones de trabajo que tuve que soportar y que me abocaron al desastre
no son peores que las tuyas o las de aquel, las de todo un batallón de
compañeros que tratan de sobrevivir como pueden en centros sanitarios en estado
de sitio.
Sin querer regodearme en el fango, era inevitable hablar de los
problemas por los que pasa la atención primaria: medicalización desmesurada,
tecnofascinación sin límites, hospitalcentrismo de la sanidad, abandono de la
atención primaria por parte de las autoridades, desidia colectiva de los
profesionales, etc. Este panorama es conocido por todos nosotros hasta la
saciedad, pero gran parte de la sociedad vive de espaldas a él. He tratado de
describirlo sin cortapisas, tal y como lo vivía. Algunos dirán que dibujo un
escenario injustamente grosero; otros verán en el libro un puro alegato
reivindicativo. Cada cual hará del relato lo que quiera. Ya no me pertenece.
No se me escapa que algunos compañeros se sentirán reflejados en mis
palabras, mientras que quizá a otros les provoque incomodidad y rechazo. Al
igual que en su momento escribir esta narración tuvo para mí un efecto casi
terapéutico, también lo está siendo ahora compartirlo con los demás. Publicar
este libro es querer cerrar definitivamente la herida. Para muchos será un
alivio constatar que no son los únicos en sentir la vergüenza de verse
empequeñecidos y desintegrados por un sistema deshumanizado. Vencer esa
incomprensión y esa soledad, que han sido la mayor condena de todas, puede
suponer para ellos el aliento que necesitan para seguir adelante. Solo por eso
merecía la pena publicar este libro. Por eso, abre una puerta a la esperanza;
si yo, cuando ya no podía más, pude, tú también puedes.
Gracias a Juan Simó por cederme tan amablemente su espacio para sincerarme
conmigo mismo y con todos vosotros.
Enrique Gavilán
Comentario del
editor del blog
Lo primero que me ha producido la lectura del libro de Enrique ha sido una
profunda vergüenza. Vergüenza por tener un sistema sanitario público al que,
como organización, le importa una higa sus mejores profesionales. Sus
principales responsables manifiestan una y otra vez que los profesionales son
el principal y más importante “recurso” con el que cuenta la organización. Y lo
de recurso lo escribo entre comillas porque, en el fondo, los profesionales no
somos un “recurso”. Por cierto, también son los mismos responsables quienes manifiestan
repetidamente que la atención primaria es lo más importante del sistema y eje
del mismo. Por eso, en realidad, lo que muchos sospechamos es que formamos
parte de una “organización hipócrita” que hace justo lo contrario de lo que
predica, al menos en atención primaria.
En una sanidad pública así, muchos de los mejores profesionales acaban
durante más o menos tiempo formando parte de ese “combustible” que el sistema necesita
quemar para obtener la energía que le permita seguir funcionando. El sistema se
convierte así en un nicho ecológico donde coexisten diversas especies de
profesionales. Para obtener esa energía, algunos (o muchos, según se mire) buenos
profesionales son sustituidos, cuando se “queman”, por otros buenos
profesionales que correrán la misma suerte y nuevamente serán sustituidos, y
así sucesivamente. Así funciona el sistema, así obtiene su energía: “quemando”
a parte de su mejor gente; no sabe hacerlo de otra forma, digamos, más humana.
El nicho ecológico se completa con otras “especies” de profesionales. Destacaré
las más relevantes en atención primaria en una taxonomía de brocha gorda. La especie
más escasa, pero importante cualitativamente hablando, la forman aquellos
buenos profesionales inmunes a la quemazón de forma primaria: lo llevan en la
sangre. Es como si dispusieran de un gen que les confiere dicha inmunidad, una
inmunidad que no se aprende y nada tiene que ver con la edad pues viene de serie.
Ya pueden caer rayos de punta que nunca serán “combustible”, nunca se quemarán y
seguirán proporcionando energía al sistema, dando lo mejor de sí mismos, por
mal que éste les trate sin sufrir quemazón alguna. Otra especie, más frecuente
en el centro de salud que en el hospital (dado el mayor envejecimiento de los
médicos de familia respecto de la mayoría de las especialidades), es la formada
por aquellos profesionales que han sido “quemados” en este proceso de obtención
de energía que emplea el sistema. Al contrario que Enrique, no pudieron o no
supieron resurgir de sus propias cenizas. Salvo aquellos que lo abandonaron, andan
por el sistema como auténticos zombis
profesionales. Otra especie, que a veces se confunde con la anterior, es la
formada por aquellos profesionales que “ni sienten ni padecen”, se trata de
otra estirpe de muertos vivientes normalmente constituida por aquellos médicos
de familia que terminaron en atención primaria porque no pudieron hacer otra
especialidad o por aquellos que no ven en la medicina nada más que una forma de
ganarse la vida. Otra especie, en proceso de extinción, es la constituida por
aquellos profesionales de las primeras promociones de medicina de familia.
Médicos muy motivados en su inicio profesional que coincidió con el de la
reforma y cuya motivación perduró contra viento y marea durante mucho tiempo. Aunque
ahora, en muchos casos, la llama motivacional se apague mientras esperan la
inminente (y prematura, si se puede) jubilación. Otra especie la forman
aquellos médicos de familia con el gen profesional incompleto o reprimido
parcialmente. Los miembros de esta especie entienden que lo profesional no va
más allá de lo clínico, lo que no significa que sus competencias clínicas no
puedan ser excelentes (normalmente lo son). Cuestiones como, por ejemplo y entre otras, el
modelo organizativo, la autogestión, el empoderamiento del médico de familia en
el sistema, no suponen más que tópicos que orbitan alrededor del eje de la
queja en conversaciones de café entre consulta y consulta. Pocos de ellos estarían dispuestos a arriesgar
lo más mínimo por cuestiones como estas. La última especie, la más peligrosa,
la constituyen aquellos profesionales que se relacionan y desenvuelven muy bien
en el contexto de una “organización hipócrita”. Son auténticos “mercenarios”
que negocian muy bien el intercambio de motivos extrínsecos entre los diversos
actores del sistema formen parte o no del “nicho ecológico” profesional de la
organización.
Esta taxonomía no pretende la exhaustividad ni la minuciosidad y, por ello,
puede parecer muy artificial y es posible que no encajen perfectamente bien en
ella la mayoría de médicos de familia compañeros nuestros que conocemos. No es
de extrañar pues en realidad todos compartimos, en mayor o menor medida, rasgos
de casi todas ellas cuyo peso relativo puede variar a lo largo del tiempo en un
mismo profesional en función de la experiencia vital, laboral y profesional. Para
terminar de complicarlo más, la preeminencia de unos rasgos sobre otros también
tiene que ver con haber nacido antes o después y haberse incorporado antes o
después al sistema. Piénsese, por ejemplo, en el lugar donde empezaron a
ejercer la mayoría de los residentes de medicina de familia tras terminar su especialidad durante los años 80 y
primeros 90 y dónde empezaron a ejercer -y muchos todavía siguen- los que la terminaron en los últimos 15
años. En cualquier caso, la incógnita es el abanico taxonómico y el peso
relativo de cada “especie” al que nos conduce el hecho de ejercer en una
organización sanitaria que descuida cada vez más a sus profesionales, ni valora, ni protege, ni
potencia a los mejores de ellos, especialmente en atención primaria.
Es posible que nos estemos encaminando a un progresivo empobrecimiento
de la motivación de los médicos de familia que ejercen en la atención primaria
española de graves consecuencias para la misma y para el propio sistema. Asumiendo,
que es mucho suponer, que el sistema no pertenezca al grupo de las “organizaciones
hipócritas”. Porque, claro, si perteneciera
a este grupo y su objetivo fuera el hara-kiri de la organización a través de la desmotivación de sus
mejores profesionales, estaría dirigiéndose por el mejor de los caminos.
No quiero terminar este texto sin agradecer a Enrique que haya escrito su "crisis profesional" y, sobre todo, que la haya publicado en este libro. Escribirla le ha servido a él, publicarla nos servirá a todos. Su texto rezuma valentía, autenticidad y honradez extremas.
No hay que perderse el comentario del texto hecho por Sergio Minué (aquí), Juan Irigoyen (aquí) y Alberto Ortíz (aquí).
No hay que perderse el comentario del texto hecho por Sergio Minué (aquí), Juan Irigoyen (aquí) y Alberto Ortíz (aquí).
Juan Simó
Más sobre la cuestión:
Enrique Gavilán hablan de su libro en RNE la noche del 21-11- 2019 (aquí)
Queridos compañeros Enrique y Juan: estoy finalizando (espero hacerlo hoy mismo) la lectura del libro y salvando detalles particulares, la experiencia de Enrique es la mía. Tuve mi primera baja por estrés laboral/depresión/burnout (llamadlo X) durante mi año de R3 (cuando yo hice la residencia el MIR de familia duraba 3 años). Veintitantos años de “temporero” de una consulta a otra con algún periodo algo más largo (un año o año y pico) en la misma plaza, desempeñándome incluso como pediatra durante 3 años en varias consultas de medio urbano y semi urbano. Médico de área con guardias agotadoras de 17 y 34 h en un SUAP urbano... años de tomar antidepresivos y de vagar por las consultas de Psiquiatría del SNS. Un día, en octubre de 2014, tras una fuerte discusión con mi esposa por una tontería, empecé a experintentar una intensa ideación suicida. Me asusté y llamé a mi médico de cabecera (mi antiguo tutor durante la residencia y buen amigo) que me llevo ya ver a la psiquiatra de guardia del Hospital quien me recomendó baja inmediata y buscar ayuda profesional a ser posible fuera de mi ciuda, Ávila (donde nací, hice la especialidad, vivo y ejerzo). Contactamos a través del PAIME con un psiquiatra de Valladolid iniciando terapia que se completa con visitas a un psicólogo de Ávila al que conozco hace años y que también me trató de forma esporádica. Estuve un año de baja durante el que también tuve episodios frecuentes de vértigo debido al Meniere que padezco y que, al final, acabaron en una laberintectomía química con gentamicina porque no respondía a tratamiento farmacológico alguno. Volví a trabajar en el SUAP urbano con horario adaptado (me quitaron las noches no sin antes amenazar con ir al juzgado a través de mi sindicato) y luego, hace 2 años, logré una interinidad de consulta en un Centro de Salud urbano donde aún sigo, no sé por cuánto tiempo (concurso de traslados en curso). Sigo con la terapia (el martes de hecho tengo que ir a Valladolid) tanto farmacológica como psicoterapia y digamos que soy funcional pero mi “tuberculosis emocional” (Gavilán dixit) se ha cronificado de tal forma que dudo de su curación completa. Ya ni me planteo si me gusta o no la profesión. Lo hago porque me da de comer y me paga las facturas pero no creo que llegue a disfrutar ejerciéndola. Mi psicólogo me dice que hay muchísima gente trabajando en cosas que no les gustan en absoluto y que de lo que se trata es de que a mí no me vuelva a poner enfermo.
ResponderEliminarTodo lo que dices, Enrique, acerca de que a los jefes (tanto los gerentes como los de los altos despachos de la Consejería de la taifa respectiva) les da igual quién esté y cómo lo haga, es exactamente lo mismo que pienso yo. Y pienso que no voy a heredar el SACYL, y muchas veces me limito a ceder ante las demandas injustificadas e ilimitadas de los usuarios (antaño conocidos como pacientes). Y a veces hago comentarios cáusticos y cínicos e insulto al paciente por lo bajini. Otras veces, cuando no escribo nada en el puto ordenador ni prescribo nada sino simplemente me limito a escuchar al paciente, siento un ligero estremecimiento interior y pienso que algo de eso justificó un día mi elección profesional. Pero casi todos los días me pregunto porqué sigo en esto y, como tú, Enrique, me gustaría jubilarme en 5-6 años (a los 61-62) cuando acabe de pagar la hipoteca.
No os canso más. Sólo agradecerte a ti, Enrique, este relato escrito con la sangre de tu “hemorragia emocional” si me permites la expresión y a ti, Juan, que me hayas cedido un hueco de tu espacio para expresarme.
Hasta pronto.
Donde dice “17 y 34 horas” debía decir 17 y 24. Mis disculpas.
ResponderEliminaranimo julio, compañero
ResponderEliminarJulio,
ResponderEliminarSoy Enrique Gavilán.
He leído tu comentario y me parece estremecedor tu testimonio.
Cada historia es distinta, aunque hay elementos comunes en todos los que hemos sufrido por el trabajo. La tuya ha llegado, por desgracia, demasiado lejos.
En estos días, desde que saliera público el libro, he recibido algunos mensajes de colegas que, al igual que tú, han pasado por un inmerecido tormento. Se me ponen los pelos de punta, porque me hace ver lo que podría haberme pasado de no haber podido reaccionar y salir a tiempo.
Yo no sé si "mal de mucho es consuelo de tontos"; hombre, yo creo que tontos no somos, y tampoco sé si es un consuelo, pero tengo claro que es preciso que "salgamos del armario". Igual co eso se logra que nuestros compañeros dejen de ver al que sufre burnout como una carga o como un cenizo, que nuestros gerentes se pongan en nuestro lugar y nos entiendan, que los ciudadanos se sensibilicen con un asunto que también les atañe a ellos (a todos) y que los políticos comiencen a moverse y a tomar cartas en el asunto. Somos vulnerables y hemos aguantado demasiado el peso de la vergüenza y de la culpa: es hora de sacudírnoslas.
Julio, un abrazo y ánimo. Espero que te vaya bien.
Saludos,
enrique
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
EliminarGracias Enrique. Espero poder asistir a la presentación del libro en Madrid y, al menos, poder saludarte aunque entiendo que será difícil por las características de este tipo de actos.
ResponderEliminarUn abrazo.
Julio.
Hola a tod@s:
ResponderEliminarSoy Rafael de Pablo promotor de la llamada Plataforma 10 minutos.
Me ha impresionado tu libro estimado Enrique, lo he leído casi de un tirón, me he sentido identificado en muchos aspectos y en otros no (pocos).
A mi entender la satisfacción profesional gira entorno tres aspectos básicos: 1. el ego de la persona y sus zonas erróneas( narcisismo, rigidez, inseguridad, baja autoestima etc) las expectativas profesionales ( éxito, reconocimiento etc) y condiciones laborales y todo ello envuelto en el contexto sociocultural en que vivimos. Dado las expectativas profesionales médicos de familia, las condiciones laborales cada vez mas abusivas y la fascinación por la tecnología, hospital y altas expectativas en salud, con la escasa auto-responsabilidad en la propia salud de la ciudadanía, crean la tormenta perfecta para un burnout masivo en la AP.
Pertenezco a la primera promoción MIR de la especialidad de medicina de familia, mi expediente académico es muy brillante, esto unido a las latas expectativas que se crearon de la especialidad,( la escogí pudiendo haber cogido cualquier otra), me hacian presagiar un futuro brillante como médico de familia, Tras los primeros años de gran ilusión en el trabajo, las condiciones laborales empezaron a decaer de forma rápida con una masificacion de las consultas. Tras una excelente charla de Francesc Borrel sobre el tiempo por consulta, me lancé junto a mi gran amigo y compañero Jesús a promocionar una Plataforma que pedía 10 minutos por consulta, ¡ que menos!, un mensaje simplista, que aglutino a muchos médicos y apoyo de muchos pacientes, un mensaje que en el fondo era un grito de desesperación en busca de dignidad profesional.
Esto empezó en el año 2000 y termino en el 2007- 2008, durante este tiempo conocimos compañeros magníficos ( pocos), entre ellos Juan Simo, excelente amigo y compañero, con una magnifica labor en su Blog, pero también mucha mediocridad en la mayoría de las organizaciones profesionales y en la gran masa de compañeros mediocres que o bien parasitan del sistema, o son muy acomodticios y timoratos.
En conste personal ha sido muy alto, entre el 2007 y 2008 sucedieron acontecimientos de muy difícil digestión para mi: mi gran amigo y compañero Jesús, al ver lo poco conseguido con tanto esfuezo y la pobre presupuesta del colectivo y con un bornout brutal, abandona la profesión. En esas época mi hijo pequeño tiene un brote psicotico comienzo de su esquizofrenia y mi mujer, harta de mi gran dedicación a la Plataforma y según ella, abandono familiar, me pide el divorcio. El tener que irse de casa, pasar una manutención a los hijos etc. todo ello hizo que me quedase hundido moral y económicamente y tuve que empeñar todos mis esfuerzos en sobrevivir, lo que empeoro con la gran crisis económica, que entonces empezaba. Lo que mas me dolió fue la respuesta de mi exmujer, que no entendió nada.
En el 2015 tras unos años de recomposicion y tras un congreso de comunicación en el que senti el calor de muchos compañero, decidí intentar de nuevo luchar por la AP. Contacte con los presidentes de SSCC y el llamado foro de AP, que acogieron inicialmente muy bien mis ideas, pero trascurridos unos meses, sin saber porque, me cortaron la comunicación. Por todo ello decidí buscar un entorno mas apacible y tras 30 años en un C.S urbano, pedí traslado en el 2016 a unos pequeñitos pueblos, donde la presión asistencial es muy baja, con el objetivo de sobrevivir hasta mi jubilación, que en poco tiempo llegara.
El futuro de la AP lo veo con poco optimismo, ya veremos. A pesar del coste personal y lo poco conseguido, no me arrepiento de la iniciativa,por lo menos yo lo intenté.
Mi email es rdrafael14@gmail.com por si deseas contactar conmigo.
Un fuerte abrazo.
Buenos días RAFAEL. Te conozco de referencias por tu actividad en la Plataforma 10 minutos. Tu historia es tremenda. Sólo decirte que cuentas conmigo para lo que quieras. Mi correo electrónico es drjota32@gmail.com. Un abrazo.
EliminarQuerido Rafa,
ResponderEliminarSoy Enrique Gavilán. No nos conocemos en personas (creo, soy tremendamente despistado), es decir, tú no me conoces, pero ¿cómo no conocer al gran Rafa de Pablo? Creo que les debemos (les debo, te debemos) mucho a los compañeros de las primeras generaciones de de MFyC. Sentásteis las bases de una especialidad acomplejada pero bien preparada, que se debate entre la aceptación definitiva y la adaptación a un entorno hostil. Nadar contracorriente cansa, Rafa, así que sinceramente creo que no fue mala la decisión de irte a un pueblo. Creo honestamente que la medicina rural es el último reducto de una medicina de familia y comunitaria que está abocada a extinguirse tal y como la conocemos ahora. Tampoco me preocupa. No sé si es bueno o malo que me mantenga un poco indiferente. Resistir me voy a resistir, como no, pero pasará lo que tenga que pasar haga yo lo que haga.
No tengo fe en el futuro, pero sí que creo y tengo una confianza muy alta en muchos compañeros que están apuntando maneras desde hace tiempo. Hay decenas y cientos de médicos de familia que están en la plataforma de salida y que cuentan con una preparación mayor de la que yo tuve, mayor inteligencia emocional y mayor capacidad de resiliencia de la que yo nunca hice gala hasta que no tuve más remedio. No creo en los milagros, simplemente creo en esas personas.
Al mismo tiempo, veo (veía ya desde hace tiempo) a muchos que, como tú, lo dísteis todo por esta especialidad. Supongo que yo reaccioné a tiempo; no quería que lo profesional invadiera lo personal, y precisamente para salvaguardar mi vida quise abandonar o bien recomponer mi relación con mi profesión. La apuesta me salió bien. Por suerte, lo mío nunca llegó a ser tan grave como la biografía de muchos otros que durante estos días están lamentando en público su maldita suerte en diversos medios espoleados un poco por la publicación de mi libro. Creo que precisamente esto era lo que quería, que todo esto saliera, que ya está bien de mantener toda esta furia, decepción y hastío debajo de la alfombra. Ya es hora de revelarse, o al menos, de revelar nuestras historias.
Todo mi respeto, Rafa. Cuidate. Y gracias por tu comentario.
Un abrazo, Rafa
Buenos días. Yo llevo años hablando del burnout y contando mi historia a retazos en redes sociales, intentando que sirva como “aviso para navegantes” especialmente a los jóvenes residentes a los que algunos compañeros pintan la especialidad como él no va más, la “especialidad de especialidades”, que somos los “médicos de personas” (¿los cirujanos, oncólogos, internistas, otorrinos etc trabajan entonces con animales?) y cosas por el estilo. Nunca me he escondido y eso me ha granjeado más de uno y de dos problemas. Siempre digo que soy la “cara B”, la menos amable de la especialidad que existe pero que nadie, o muy pocos, quieren ver.
EliminarPor cierto, en Facebook tengo un grupo llamado “Burnout médico” abierto a los que quieran unirse.
Gracias de nuevo. Un abrazo.
Gracias Julio, gracias Enrique, gracias Juan. Hace unos años una psicóloga social me dijo que los movimientos como la Plataforma 10 se agotan por agotamiento de sus promotores, pero que creaba una semilla que solía recogerse con el paso del tiempo por nuevas generaciones. Por ello comparto contigo Enrique que un grupo de médicos jóvenes pueden seguir la lucha por la dignidad de la profesión. Personas como vosotros senbrais semillas, Juan con su excelente blog, julio con sus relatos y tú Enrique con tu libro valiente y generoso. El bien que has hecho a muchos médicos que sufren algo parecido pensando que son bichos raros que están solos, es tremendo el alivio que les supone leer tu libro. Estoy convencido que un puñado de entusiastas que de relevo a otra generación de entusiastas. Un fuerte abrazo
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