Atención Primaria y Comunitaria. Los cambios necesarios.
(Serie publicada en Diari de la Sanitat)
En esta serie de artículos publicados en Diari de la Sanitat sobre los cambios que precisa la actual atención primaria (AP) no pretendo abordar de forma exhaustiva todos y cada uno de los problemas que atosigan cotidianamente a todos los que trabajan en este campo, desde directivos a profesionales asistenciales, y la globalidad de los cambios necesarios. Mi objetivo es introducir una serie de reflexiones que justifiquen la cada vez más urgente necesidad de abordarlos en profundidad, sin miedo a entrar en terrenos polémicos pero huyendo de planteamientos bien intencionados pero superficiales. En mi opinión no podemos seguir “toreando” la situación. Ha llegado el momento de coger el “toro por los cuernos” y repensar aspectos conceptuales globales del modelo sanitario y de la AP, de valorar la necesidad y oportunidad de cambios legislativos, organizativos, laborales y de la formación, entre otros. Estas líneas habrán cumplido su objetivo si son capaces de despertar la discusión y contribuyen mínimamente a motivar a los decisores políticos, a los líderes y a todos los colectivos profesionales, y a la misma ciudadanía.
(Serie publicada en Diari de la Sanitat)
En esta serie de artículos publicados en Diari de la Sanitat sobre los cambios que precisa la actual atención primaria (AP) no pretendo abordar de forma exhaustiva todos y cada uno de los problemas que atosigan cotidianamente a todos los que trabajan en este campo, desde directivos a profesionales asistenciales, y la globalidad de los cambios necesarios. Mi objetivo es introducir una serie de reflexiones que justifiquen la cada vez más urgente necesidad de abordarlos en profundidad, sin miedo a entrar en terrenos polémicos pero huyendo de planteamientos bien intencionados pero superficiales. En mi opinión no podemos seguir “toreando” la situación. Ha llegado el momento de coger el “toro por los cuernos” y repensar aspectos conceptuales globales del modelo sanitario y de la AP, de valorar la necesidad y oportunidad de cambios legislativos, organizativos, laborales y de la formación, entre otros. Estas líneas habrán cumplido su objetivo si son capaces de despertar la discusión y contribuyen mínimamente a motivar a los decisores políticos, a los líderes y a todos los colectivos profesionales, y a la misma ciudadanía.
Muchos profesionales sanitarios que, como yo,
tienen una cierta edad han podido asistir y, en ocasiones, participar
activamente en los avatares sufridos por la atención primaria (AP) española
desde su nacimiento en la década de los años 80 hasta nuestros días. El proceso
de reforma implicó cambios importantes en la asistencia médica ambulatoria,
combinados con la continuidad de otros aspectos conceptuales y organizativos de
esta última, como por ejemplo el mantenimiento de la pediatría de cabecera. La
Ley General de Sanidad de 1986 refrendó el mayor cambio organizativo en
términos asistenciales del sistema sanitario español, mucho más innovador que
los acaecidos en el campo hospitalario. A partir de la Ley la AP pasó a
convertirse en el “eje vertebrador” del sistema sanitario y así ha continuado a
lo largo de todo este tiempo; esencialmente en el terreno declarativo, no en el
presupuestario ni en el del poder real, elementos que han continuado dominados desde
las atalayas hospitalarias.
Hoy, más de 30 años después del inicio de la
reforma de la AP, continúan proliferando análisis y documentos con propuestas
de “mejora” de esta parte del sistema, muchos de ellos coincidentes, con
ligeras variantes, en sus planteamientos y todos destinados a criar polvo en
los cajones institucionales y de las administraciones, al menos hasta ahora. A
pesar de que abundan los expertos que justifican esta dinámica basándose en el
viejo refrán de que “si algo funciona no lo cambies” no deja de ser evidente
que, aunque los logros positivos de la AP reformada son numerosos y claros, el
modelo implantado en el siglo anterior hace tiempo que da muestras de
agotamiento y genera abundantes señales de alarma y deterioro. Mucho me temo
que ya no es suficiente con plantear mejoras parciales de la AP ya que se
necesitan cambios radicales, profundos, que incluyan todos y cada uno de sus
ámbitos, desde el conceptual hasta el operativo.
La AP es una víctima más de la parálisis política
que padecemos en diversos sectores sociales de nuestro país desde finales de la
década de los años 80. Pareciera como si después de la transición democrática y
de las iniciativas legislativas que la hicieron posible se hubiera agotado la
capacidad de innovación y progreso de nuestros líderes y gobernantes para
abordar nuevos cambios en sectores sociales clave como el sanitario, y ello a
pesar del hecho indudable de que, desde entonces hasta hoy, nuestra sociedad ha
sufrido cambios sociológicos, económicos, tecnológicos, de la información y
comunicación y culturales muy importantes, cambios que deberían tener su
correspondiente relato en diversos sectores y especialmente en aquellos que
como el sanitario forman parte nuclear de los que determinan la calidad de vida
de la ciudadanía. Es preciso tomar conciencia de esta parálisis y comenzar a
exigir a los políticos que pongan de nuevo en marcha procesos de innovación en
diversos sectores y sistemas, entre ellos el sanitario.
Los informes, planes y proyectos estratégicos y los
documentos de propuestas de mejora de la AP deberían ser desarrollos técnicos
posteriores a iniciativas de grupos políticos e instituciones y organizaciones
profesionales destinadas a presionar sin ambages a los responsables
gubernamentales estatales y autonómicos para que abandonen su inhibición actual
y aborden de forma decidida los cambios necesarios. En los últimos años se ha
utilizado la crisis económica como excusa para la inacción innovadora pero es
cada vez más perentoria la necesidad de abandonar el inmovilismo y el parcheo
del sistema para pasar a diseñar instrumentos que posibiliten dichos cambios.
Es preciso cambiar el origen y naturaleza de los planteamientos de cambio, hay
que priorizar la presión estrictamente política, convencer a los dirigentes de
la necesidad de salir de la parálisis en que se hallan y que pongan en marcha
iniciativas reformistas de profundo calado, lejos de los simples parches
coyunturales.
En mi opinión, para que los procesos de innovación
de la AP se puedan poner en marcha es preciso incluir en el análisis la
globalidad del sistema sanitario lo que, en definitiva, puede implicar la
reconsideración de diversos aspectos de la Ley General de Sanidad de 1986. No
deja de ser, en cierta medida, ilusorio pensar que se puede cambiar
profundamente la AP, parte fundamental del sistema, sin modificar nada de las
otras partes del mismo.
A lo largo de esta serie de artículos intentaré
exponer mis opiniones sobre algunos de los cambios cualitativos y cuantitativos
que habría que introducir en el sistema sanitario en
relación con la atención primaria y comunitaria.
Continuar o transformar
Integrar o fragmentar
No son precisamente pocos los que piensan que los
cambios que precisa la atención primaria y comunitaria se pueden y deben
realizar sin recurrir a modificaciones del marco legislativo que le dieron
carta de naturaleza. No deja de ser cierto que, como se ha visto en muchas
ocasiones, las leyes no siempre se cumplen y que sus disposiciones pueden ser
meros cantos al sol, sobre todo cuando no logran sintonizar de forma suficiente
con las necesidades reales de la sociedad a la que van dirigidas. Creo sin embargo
que los cambios que precisa el conjunto del sistema y la APyC para dar
respuesta a los nuevos requerimientos sociales son de una envergadura tal que
no pueden ser diseñados e implantados sin reconsiderar, al menos parcialmente,
la legislación actual.
Que es preciso cambiar determinados aspectos de la
Ley General de Sanidad de 1986 es un hecho expuesto por muchos analistas ante
la necesidad de readaptarla a los cambios de contexto acaecidos en los últimos
30 años. En estas líneas no voy a detallar dichas modificaciones, que abarcan
múltiples capítulos de la ley (financiación, universalidad, transparencia,
etc….) y que han sido abordadas por personas mucho más entendidas en la materia
que yo y por ello realizaré algunas consideraciones sobre ámbitos que afectan
de forma más directa a la APyC. Algunos, entre los que me encuentro, proponen
incluso un cambio global, iniciado en el mismo ámbito de actuación y
denominación de la ley, que debería pasar a ser de Sanidad, Servicios Sociales y Dependencia. Regular conjuntamente
las prestaciones sanitarias, sociales y de dependencia tendría una gran
repercusión sobre la APyC ya que permitiría, entre otras cosas, financiar y
organizar bajo una visión integrada e integral estos recursos que, como se comprueba
a diario en la actividad asistencial clínica y comunitaria están íntimamente
ligados, en forma de necesidades coincidentes, superpuestas y que se potencian
e interactúan entre si en los mismos individuos. En el caso de Catalunya es
preciso reconsiderar en profundidad la LOSC y, por supuesto, el decreto de
reforma de la atención primaria de 1985.
Un nuevo marco legislativo debería incorporar una
conceptualización más clara de la estructura
general del sistema público de salud que enfatice el papel central de la
APyC y no solamente como puerta de entrada del sistema sino como responsable
último de la gestión, en términos de garantía de la longitudinalidad y continuidad
de la asistencia, de la atención prestada a la ciudadanía, tanto desde una perspectiva
individual como colectiva. La longitudinalidad es un valor propio y exclusivo de la APyC que el sistema sanitario en su conjunto debería potenciar para mejorar la calidad de la asistencia. También
es preciso que el marco legal contemple de forma explícita la necesidad de
implantar acciones intersectoriales
en el marco de una estrategia de “salud en todas las políticas”, estrategia que
debe traducirse en instrumentos organizativos y de coordinación entre
diferentes departamentos gubernamentales que la hagan viable y operativa. En
este sentido deberían remarcarse los vínculos de colaboración estratégica y
operativa entre los recursos clínico-asistenciales y los de salud pública, tanto en altos niveles
de planificación, dirección y gestión como en el mismo seno de las unidades
territoriales en que se desarrolla la APyC.
Estos cambios y otros que se deben considerar en el
contenido de las leyes han de traducirse también en las disposiciones legales
de rango inferior que regulan la atención primaria, con referencia especial a
los decretos estatal y autonómicos de reforma. Considero adecuado proceder a
una redefinición de los conceptos de
centro y equipo de salud, en el primer caso para ampliar su ámbito
competencial y permitir que puedan actuar en su seno, de forma permanente o
puntual, todos los profesionales integrados en la APyC del territorio. También
es importante reconsiderar la composición
y funciones del equipo, estableciendo de forma flexible cuales son los
profesionales que integran su núcleo de referencia poblacional y quienes actúan
como consultores y soporte de apoyo especializado de aquel y los que han de
coordinarse con el equipo. En las disposiciones legales también deben analizarse
los distintos recursos comunitarios,
estructurales y personales, que han de participar activamente en los procesos
de promoción, prevención y asistenciales clínicos de la población y las
personas, respectivamente. La figura del responsable
del equipo (director/coordinador) merece también una reconsideración que
permita eliminar o disminuir los problemas que se han observado en distintos
lugares ante la indefinición relativa de sus competencias y de los mecanismos
para su elección o nombramiento. Aunque será objeto de atención en otro
artículo, quiero mencionar la importancia de abordar el tema de la carrera y desarrollo profesional continuo
de los profesionales de la APyC, aspectos que hasta hoy no se han definido con
claridad, hecho que contribuye sin duda a generar desmotivación entre los
profesionales de este ámbito.
Desde el inicio legislativo de la reforma de la
atención primaria han pasado más de 30 años. La cantidad e importancia de los
problemas que se han ido acumulando en el sector junto a los cambios en los
contextos socio-cultural, económico y tecnológico creo que aconsejan analizar
de nuevo el marco legal e introducir las modificaciones pertinentes.
Continuar o transformar
La atención primaria tal como se definió ya al
comienzo del proceso de reforma en nuestro país se centra en tres elementos
esenciales. El primero de carácter estructural, el centro de salud, el segundo
de tipo organizativo, el equipo de salud o atención primaria, y un tercero, la
zona o área básica de salud, que define el territorio y la población en que
actúan los anteriores. La reforma incorporó progresivamente a la anterior
asistencia médica ambulatoria diversos ámbitos competenciales y de actuación
como el de promoción y prevención y posibilitó el desarrollo de actividades de
formación e investigación, estas últimas limitadas hasta entonces al campo
hospitalario.
Más adelante insistiré sobre el tema al hablar de
la especialidad de Medicina de Familia y Comunitaria (MFyC) pero es relevante
destacar desde este momento que la estructura, recursos y organización de la
atención primaria (AP) se diseñaron para desarrollar, con una mejora indudable
de su efectividad, capacidad resolutiva y calidad en relación a la situación
previa, la atención clínica individual de la población del territorio,
relegando a un plano de prioridad muy inferior otros tipos de actuaciones como
todas las relacionadas con la salud comunitaria. Ha llegado el momento de
decidir si se quiere continuar en la senda inicial de la reforma de la AP o
introducir una variación significativa en la definición de atención primaria,
incorporando a la misma el conjunto de servicios y profesionales que contemplan
en sus actuaciones, además de la perspectiva personal, la poblacional y
territorial. De esta forma se puede empezar a construir el concepto de atención primaria y comunitaria (APyC),
que los integra orgánica y funcionalmente alrededor de un núcleo de referencia
poblacional y asistencial formado por el centro y equipo de salud. En la figura
pueden visualizar, sin pretensiones de ser exhaustivo y admitiendo todas las
variaciones que permitan una mejor adaptación a cada contexto, algunos de los
componentes principales de la APyC.
*EAP: Equipos de Atención Primaria
Todos estos recursos y profesionales deben ubicarse
en el marco de una sola estructura de gestión territorial, lo que posibilita
que participen y compartan los programas de planificación operativa diseñados
para el conjunto de la población así como los mecanismos de coordinación con el
nivel hospitalario y, por supuesto, los abordajes clínico y comunitario de los
problemas y necesidades de salud personales y colectivas. La gestión y
funcionamiento de la APyC puede ser viable en unidades territoriales que permitan
la agrupación de varios centros y equipos, con dimensiones equivalentes a los
actuales sectores sanitarios, distritos o áreas de salud. Una organización de
este tipo puede potenciar el enfoque poblacional de las necesidades y problemas
de salud facilitando también la introducción de enfoques más intersectoriales
de los procesos de atención, tan necesarios para incrementar la efectividad y
eficiencia de todas las actuaciones sobre la calidad de vida y, dentro de
ellas, las del sector salud. Como se puede apreciar en la figura, los distintos
tipos de profesionales de la APyC mantienen distintos grados de integración con
el equipo de atención primaria. Un enfoque conceptual de este tipo es el que
alimenta, al menos en parte, el Plan Estratégico de Atención Primaria y Salud
Comunitaria de Cataluña.
Una reconsideración en profundidad de la AP en la
perspectiva de una nueva APyC implica la introducción de cambios significativos
en la definición competencial y formación de los profesionales, que serán
objeto de análisis más concreto en un artículo posterior. Baste ahora con
apuntar que la especialidad nuclear de la actual atención primaria, denominada
Medicina de Familia y Comunitaria (MFyC), tiene dos “apellidos” que deben
ponerse en relación con sus dos perspectivas conceptuales y ámbitos de
actuación: familia y comunidad. El reconocimiento posterior de la especialidad
en el colectivo de enfermería se ha hecho siguiendo los mismos parámetros
(Enfermería de Familia y Comunitaria).
Desde el comienzo de su andadura la especialidad
médica ha visto como se priorizaba el desarrollo del primero de sus apellidos
en detrimento del segundo, relegado a posiciones precarias y asumido plenamente
por una parte minoritaria del colectivo profesional. Tradicionalmente se asume
que la actividad esencial del médico de familia se centra en la atención
clínica, realizada bajo una visión individual y, no siempre, familiar y que la
vertiente comunitaria es una especie de “añadido” competencial que, además, es
más propio del ámbito de la salud pública. Es obvio que las condiciones
actuales de trabajo en los centros y equipos de atención primaria potencian
decididamente este desequilibrio entre los dos componentes conceptuales de la
MFyC.
En el momento actual es perentorio tomar decisiones
tanto en relación a la atención primaria como a su especialidad nuclear. Se
puede optar por continuar y profundizar en el desarrollo del modelo actual o
introducir, con el ritmo y la prudencia necesarios, transformaciones del mismo
adaptadas a las características y necesidades de cada contexto.
Integrar o fragmentar
La atención primaria española siempre ha estado
sujeta a tensiones de fragmentación tanto como consecuencia de la erosión de
sus ya escasos recursos como, lo que es más grave, con la creación de nuevas
estructuras organizativas con el objetivo de asumir la asistencia de
determinados tipos de problemas de salud y/o grupos poblacionales. Estas
tensiones se producen en una atención primaria que no ha sido capaz de generar
un equilibrio adecuado entre sus vertientes clínica y comunitaria de actuación
y que aún hoy, a más de 30 años del inicio de la reforma, no ha conseguido
asumir su papel de columna vertebral del sistema nacional de salud en términos
presupuestarios, organizativos y competenciales.
Esta tendencia a la fragmentación se ha traducido,
por ejemplo, en iniciativas estatales y autonómicas que propugnan la puesta en
marcha de programas específicos para la atención
de los pacientes crónicos, programas que generan elementos organizativos
añadidos y distintos a los propios de la atención primaria. Pareciera como si
los pacientes crónicos no hubieran sido siempre uno de los grupos más
prioritarios de la atención primaria cuando ya en los mismos albores de la
reforma una de las primeras líneas programáticas que se diseñó para los nuevos
centros y equipos fue precisamente esta. Mejor que fragmentar y diversificar
los recursos destinados a la atención de los crónicos financiando nuevas
estructuras sería dedicarlos a potenciar la integración funcional de los
recursos sanitarios y sociales propios de la Atención Primaria y Comunitaria
(APyC) y priorizar la consecución de resultados y objetivos de mejora de la
atención de salud en este ámbito.
También es necesario revertir la tendencia
creciente a extraer del campo competencial de la APyC la atención a la mujer con referencia especial a los aspectos de
promoción y prevención en salud sexual y reproductiva y a la atención del
embarazo normal. Un nuevo enfoque de la APyC como el que se expuso en la tercera
entrega de esta serie, integrando los servicios y profesionales de este ámbito
en un único marco de planificación y gestión estratégica y operativa, puede
facilitar el desarrollo decidido de este campo asistencial en la APyC.
La atención
a la salud mental siempre ha sido uno de los campos prioritarios de la APyC
y si bien es cierto que a lo largo del proceso de reforma se han ido generando
vínculos de relación entre ambas, de efectividad e intensidad variables en
diferentes lugares, no lo es menos que los dos sectores no comparten plenamente
marcos de planificación y gestión. No estamos proponiendo que los actuales
centros y profesionales de salud mental pierdan su individualidad integrándose
totalmente en los equipos de atención primaria, lo que se propugna es que se
ubiquen en un contexto territorial de APyC como un recurso más de la misma, lo
que posibilitaría su integración total en todos los aspectos, incluyendo los
presupuestarios y, por supuesto, los asistenciales docentes y de investigación.
La prestación de la atención domiciliaria es otro de los ámbitos de actuación propios
de la APyC que ha sido y es objeto de tensiones fragmentarias desde hace
tiempo. En diversas comunidades autónomas, entre ellas Cataluña, se han puesto
en marcha equipos diferenciados para asumir la atención domiciliaria de
tipologías concretas de pacientes, con referencia especial a los terminales.
También se han instaurado programas de hospitalización
a domicilio con el objetivo de dar asistencia a pacientes dados de alta
precozmente de los hospitales. Todas estas iniciativas y otras similares han
ido erosionando las competencias de la APyC, extrayendo de la actividad
cotidiana de los equipos de salud y sus profesionales médicos, de enfermería y
trabajo social un campo de responsabilidad que les es consustancial tanto desde
una perspectiva conceptual como operativa. Dicho lo anterior, es obvio que no
se pretende minusvalorar la calidad del trabajo de los profesionales que
prestan sus servicios en estos equipamientos de atención domiciliaria, pero
ello no debe impedir que se juzguen negativamente las decisiones de
planificación y presupuestarias que llevaron a su creación detrayendo de la
APyC las dotaciones de recursos que habrían permitido que fueran los propios
componentes de los equipos de salud los que se encargasen de este grupo de
actividades.
También es preciso analizar desde esta perspectiva
de integración en la APyC las dotaciones de tecnologías diagnósticas y terapéuticas que son imprescindibles
para incrementar su capacidad resolutiva. En esta línea de pensamiento no hay
que considerar solamente las tecnologías presentes habitualmente en los
actuales centros de atención primaria si no también las que son propias de las
especialidades integradas en la APyC como, por ejemplo, otorrinolaringología,
oftalmología o dermatología. Merecen un epígrafe especial las técnicas de
diagnóstico por la imagen como la ecografía que pueden permitir, tras una
instrucción adecuada de los profesionales y a un coste bajo, aumentar la
capacidad diagnóstica y evitar derivaciones hospitalarias.
En definitiva, lo que se propone es dejar de tomar
decisiones que puedan impedir el desarrollo de una APyC potente y cambiarlas
por otras que favorezcan la integración de los recursos asistenciales para los
pacientes no ingresados.
Si la Atención Primaria y Comunitaria (APyC) necesita cambios profundos es obvio que
para que estos se traduzcan en las actuaciones cotidianas del sistema es
preciso introducir modificaciones en la formación y, consiguientemente, en los
perfiles competenciales de los profesionales. Estos cambios han de producirse
en las tres fases del continuum formativo: grado, postgrado y desarrollo
profesional continuo. Desgraciadamente en nuestro país sigue siendo una
asignatura pendiente la coordinación estratégica y operativa de estas tres
fases, lo que dificulta mucho definir de manera conjunta o global los elementos
formativos propios de cada una, evitando solapamientos o incluso repeticiones,
así como establecer los puentes de transición entre ellas. En España hemos avanzado mucho y bien en la formación postgraduada de los profesionales pero sigue siendo inadmisible que este progreso no se haya dado también en la docencia graduada; aún no existe ninguna estructura académica universitaria de atención primaria y medicina de familia en nuestro país.
Si el desarrollo progresivo de la APyC implica
cambios en la orientación y contenido de las actuaciones de los profesionales
en el sentido de una mayor potenciación
de las propias de la salud
comunitaria y de las perspectivas poblacional, interprofesional e
intersectorial del abordaje de las necesidades y problemas de salud, es
necesario que estos elementos tengan una presencia mayor en las tres fases de
la formación, tanto en su enseñanza y aprendizaje teórico como práctico. No es
este el lugar para entrar a detallar los contenidos concretos y la ubicación
curricular de los mismos pero sí es importante remarcar que deben ser
adquiridos por todos los futuros profesionales del sistema en la fase de grado,
y en el postgrado y posteriormente, al menos, por todas las especialidades
llamadas a jugar un papel significativo en el marco de la APyC. Es obvio que no
me estoy refiriendo sólo a la profesión médica si no a todas aquellas,
incluyendo las no estrictamente sanitarias, que han de trabajar formando parte
de los equipos de salud o de sus elementos de apoyo.
En el momento actual aún está pendiente de
implantar en España la troncalidad de la formación postgraduada. Las
especialidades que tienen su ámbito principal o exclusivo en la APyC, lideradas
por la Medicina de Familia y Comunitaria, (ver el tercer artículo de esta
serie: continuar o transformar) conforman el bloque de las especialidades horizontales, que son las que tienen un espectro
competencial más amplio y que, además, deben incorporar en sus actuaciones,
junto al enfoque personal, una perspectiva comunitaria y poblacional en el
abordaje de los problemas de salud y en su prevención; en este grupo se
incluyen también la pediatría y la salud pública, entre otras. Es precisamente
en este grupo de especialidades horizontales en el que los cambios formativos
en la línea señalada antes deben ser más significativos. Las otras
especialidades como las dedicadas a uno o varios órganos o sistemas o a determinadas
tecnologías y recursos diagnósticos y/o terapéuticos conforman el bloque de las
especialidades verticales y tienen
unas necesidades formativas diferentes. Es muy posible que si el diseño de la
troncalidad se hubiera hecho teniendo en cuenta estos dos bloques así como el
tipo e intensidad de las interacciones de los profesionales con los pacientes
para establecer los contenidos y duración de la fase formativa común en cada
bloque, los problemas que está teniendo su implantación habrían sido mucho menores.
Las reorientaciones apuntadas deben tener su
correlato en los perfiles competenciales
de los profesionales de la APyC así como en las interrelaciones de todo
tipo que establecen entre ellos cotidianamente en el desarrollo de sus
funciones y tareas. En los últimos tiempos se ha puesto sobre la mesa de la
actualidad el tema de la prescripción enfermera como expresión de la necesidad
de cambiar, al menos parcialmente, el marco competencial clásico asumido por
esta profesión y la médica en el terreno de la indicación y receta de productos
sanitarios. Este problema, aunque importante, es solamente un síntoma
indicativo de la necesidad creciente expresada por la enfermería de nuestro
entorno de asumir nuevos roles en el sistema y superar la limitación clásica
que suponen unas actuaciones profesionales hasta ahora casi siempre
subsidiarias de las de los médicos. Es precisamente en el campo de la APyC en el
que estas aspiraciones tienen mayor entidad y, además, pueden contribuir a
mejorar la efectividad y eficiencia de los procesos de atención personal y
colectiva. Actuar sin corporativismo y priorizando el interés de los pacientes
a partir de la mejor garantía de la calidad y seguridad de la asistencia que
reciben es un buen punto de partida para poder avanzar en la redefinición de
los perfiles competenciales. Hay que analizar las responsabilidades compartidas
en las distintas funciones y tareas y establecer con criterios flexibles y
porosos las conexiones competenciales operativas,
cotidianas, entre las distintas profesiones que trabajan en el seno de la APyC.
No es una tarea fácil pero es prioritaria.
Si la Cuando se diseñó a mediados de los años 80 la
reforma de la atención primaria una de las ausencias más significativas fue la falta
de desarrollo de unas directrices claras en el campo de la carrera y desarrollo
profesional. Se asumió que los médicos de familia y otros profesionales se
deberían conformar y limitarse a actuar como asistenciales de base o, en el
mejor de los casos, como coordinadores o directores de un equipo de salud o
atención primaria.
A lo largo de todos estos años se ha ido
consolidando esta dinámica, tolerada por muchos pero no por ello menos
perversa: un médico, tras finalizar su especialización en MFyC a los 26-30 años
e incorporarse a una plaza en un equipo de APyC, ha de asumir, salvo por la
excepción mencionada antes, que ya ha llegado al vértice de su carrera. Puede
ser tutor o incluso profesor universitario pero laboralmente, en su empresa, no
puede progresar más. Esta situación conlleva que el citado profesional haya de
aceptar que desde el momento de su ingreso hasta su jubilación desarrollará
exactamente la misma actividad tanto desde una perspectiva cuantitativa como
cualitativa. Nadie puede negar que esta falta de perspectiva de progreso
profesional es una clara fuente de desmotivación que ya fue percibida hace
muchos años.
Concretamente a principios de los años 90 el Dr.
Lluís Monset y yo mismo presentamos al entonces máximo responsable del
Instituto Catalán de la Salud Dr. Xavier Pomés una propuesta de carrera profesional para los médicos de APyC estructurada
en cuatro niveles, propuesta en la que se describían los cambios en las
funciones, tareas y remuneraciones que deberían afectar a aquellos que fueran
superando los requisitos necesarios para ir progresando en los citados niveles.
Los lectores interesados en consultar la propuesta
pueden hacerlo en el número de 15 de setiembre de 1993 de la revista Atención
Primaria (12:233-6). Creo que no es preciso señalarles el destino que tuvo esta
propuesta y el de otras que se publicaron posteriormente en distintos medios.
El desinterés por avanzar en el diseño de una carrera profesional atractiva
para los profesionales de APyC ha sido una conducta constante de todos los responsables
políticos sanitarios estatales y autonómicos.
Todo el mundo está de
acuerdo en que un buen diseño de la carrera profesional ha de incidir de forma
positiva sobre la motivación de los
colectivos de APyC, en riesgo desde hace tiempo por motivos diversos pero casi
siempre relacionados con la ausencia de aquella, entre los que podemos destacar
los siguientes:
- Sobrecarga asistencial
- Problemas en la organización del trabajo y carácter rutinario del mismo
- Falta de autonomía
- Prestigio social insuficiente
- Compensación económica insatisfactoria
- Falta de objetivos claros en el trabajo
- Ausencia de relación entre calidad del trabajo desarrollado y progreso profesional
- Reconocimiento insuficiente y no personalizado de las actividades docentes y de investigación
- Falta de perspectiva clara sobre el propio futuro profesional en el sistema
Estos desalentadores antecedentes nos conducen
hasta hoy, tiempo en que los profesionales de APyC siguen sin poder disponer de
una carrera profesional que merezca tal nombre, situación que es preciso
corregir, junto con otros factores relevantes, para dar un giro de 180 a la
desmotivación progresiva en la que están cayendo desde hace tiempo.
La ausencia de una verdadera carrera se combina con
los problemas e indefiniciones que afectan al desarrollo profesional continuo (DPCi) de los componentes de la
APyC. Los profesionales de este ámbito tienen mayores dificultades que sus
colegas hospitalarios para acceder a actividades de formación continuada así
como a los otros tipos de actuaciones que integran el desarrollo continuo.
Estas dificultades se derivan sobre todo del contexto laboral desfavorable
existente en la APyC y, en determinados casos, de circunstancias del entorno como
el aislamiento. Pero siendo importantes estos factores generadores de
dificultad no se puede olvidar que los principales hay que situarlos en el
escaso nivel de prioridad que conceden los gestores de APyC de las entidades proveedoras
a esta faceta profesional. Existe aún un estado de opinión muy extendido acerca
de la poca necesidad de potenciar el desarrollo profesional continuo en este
campo.
Estas dificultades y la ausencia de carrera
profesional son factores íntimamente relacionados y que se potencian entre sí perjudicando
directamente a todos los componentes de la APyC. Ha llegado el momento de dejar
de tolerar una situación que contribuye a profundizar en la desmotivación de
los profesionales. También es necesario que las sociedades científicas y las
organizaciones sindicales dejen de mirar para otro lado y valoren que la mejora
de la situación personal y profesional de sus miembros pasa por reivindicar la
puesta en marcha de iniciativas sólidas, bien construidas y viables, en este
terreno.
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Discurso de Amando Martín Zurro, el 20 de octubre de 2017, cuando se le impuso la medalla
de honor del Colegio Oficial de Médicos de Valladolid.
Ayer nevó en España...
Ayer nevó en España...
"Ayer nevó en España, no se si lo sabíais..." ... cuando M. Rajoy pedía dimisiones.#nevada pic.twitter.com/WzhP0rxfki— juan carlos mohr (@juancarlosmohr) 7 de enero de 2018
Aun no lo leí todo, solo el inicio. En relación a ello, digo que en la Argentina con el gobierno que los argentinos eligieron, se fue todo a la mierda. Ahora el atención de la enfermedad para quien pueda pagarlo. Y soy conciente y apoyo lo planteado en el artículo. Tuve muchas discusiones y problemas con compañeros generalistas y políticos, por no hacer de la APS la estrategia de gobierno. El último gobierno que tuvimos, impulsó todos los puntos de la renovación del 2005, aunque en la atención de la enfermedad se mantuvo el sistema hegemónico. También en el universitarios, se declama la APS como eje de la carrera, pero la dominan los lineales, sin valores y varios compitiendo con los alumnos a ver quien sabe más. Una vergüenza. Pero es lo que la gente elige. Pienso que hay que continuar, sabiendo que proponemos un cambio paradignático que, opinión personal, occidente no está dispuesto a dar. Es un cambio cultural y filosófico profundo. Que hace al ser humano y que propone un estilo de vida diferente, donde no hay que competir con quien tenemos al lado, sino sentirnos parte de un todo comunitario y que nos construimos el uno al otro. Hay que comenzar por fortaleces las relaciones humanas, ayudándonos, no compitiendo, y veremos que la APS se realiza sola. Abrazos a todos desde la Patagonia Argentina
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