La reciente publicación del informe
'Evaluación del desempeño del SNS español frente a la pandemia de la Covid-19.
Lecciones de y para una pandemia' (aquí) merece, en primer lugar, un oportuno
reconocimiento. No estamos acostumbrados a que desde las administraciones
públicas responsables se promuevan y se asuman iniciativas de esta
naturaleza.
Aunque tímidamente todavía, las evaluaciones de
planes, programas e intervenciones ya no suenan a algo raro, pero rendir
cuentas sigue siendo una práctica insólita. Y la cuestión es que se
trata de una iniciativa esencial si lo que se pretende es implicar activamente
a la ciudadanía en las políticas públicas.
Sin embargo, la iniciativa que comentamos no es
estrictamente una rendición de cuentas sobre las actividades y las
consecuencias de las decisiones de las autoridades políticas acerca del
problema sanitario que ha merecido más atención en los últimos años, porque se
ha encargado tal informe a unos profesionales de reconocido
prestigio y de contrastada independencia; por lo que incentivar su
desarrollo y sobre todo, hacerlo accesible públicamente, es quizás incluso más
elogiable.
Como era de esperar del equipo coordinador, el
informe es bastante extenso, riguroso y ponderado. Y aunque trata cuestiones y
aspectos complejos es, si no ameno, suficientemente claro como para que su
lectura resulte fácilmente comprensible. Aunque lleve su tiempo. Desde
luego mucho menos de lo que ha costado elaborarlo.
Precisamente por eso conviene leerlo con atención y
sosiego para poder valorarlo adecuadamente y, en su caso, compartir aquellas
consideraciones que -- en la opinión del lector-- pudieran ser apropiadas y
oportunas, lo que podría ser uno de los frutos del empoderamiento de la
población que los autores reivindican.
No obstante, una de las primeras constataciones
del informe es que la pandemia nos cogió desprevenidos y en consecuencia entre
las recomendaciones y sugerencias destaca la aplicación del principio
de precaución y la conveniencia de prepararnos convenientemente ante
la eventualidad, no solo posible sino también probable, de la presentación de
una nueva pandemia.
Lo que, al menos aparentemente, es de una lógica
aplastante. Aunque prepararse es algo muy seductor, un concepto muy potente y
atractivo como lo es el de la prevención; tanto que a menudo
promueve falsas expectativas y distorsiones. Porque lo uno y la otra son
acciones benéficas solo cuando son pertinentes y factibles y, además, se
llevan a cabo correctamente. Lo cual acostumbra a ser más difícil de conseguir
que lo que parece.
Promover estructuras de salud pública
De ahí que más que una apelación
genérica a la preparación, incluso más que la recomendación de disponer
de suficientes equipos de protección --lo cual puede que no
sea útil según la naturaleza del problema que aparezca y además vulnera
la racionalidad del coste/oportunidad--- convenga desarrollar, como
se propone, promover estructuras resilientes de salud pública que, entre otras,
mejoren la integración y la coordinación de las fuentes de información, tanto
sanitarias como sociales; sean capaces de diseñar e implementar protocolos
normalizados en vigilancia epidemiológica y de establecer
metodologias comunes de obtención, validación y gestión de los datos necesarios
para la valoración del impacto y para la evaluación de las medidas de
prevención y de control adoptadas.
Una evaluación que no solo es imprescindible
para justificar y legitimar la gestión de los recursos implicados al afrontar
el problema, sino que debe ser además suficientemente ágil y válida como para
irlas ajustando según su efectividad y su eficiencia.
Sin olvidar las consecuencias sobre la equidad. No en vano,
lo que es bueno para unos puede que no lo sea tanto, incluso puede que sea
perjudicial para otros. Y ya se sabe quien acostumbra a pagar el pato.
Porque, aunque el propósito de las medidas de
protección y de control sea, como es natural, reducir al máximo la morbi-mortalidad
directamente atribuible a la pandemia, ello no es garantía absoluta de que
los potenciales efectos adversos de tales medidas sean menos
devastadores que los del problema de salud.
Balance beneficios esperables - potenciales perjuicios
En ocasiones el remedio puede ser peor que la enfermedad que se pretende
neutralizar y como el riesgo cero, es decir, la garantía absoluta de que se
pueden evitar totalmente los perjuicios, no existe, conviene ser capaces de
asumir que, en estas situaciones, siempre habrá víctimas y de lo que se
trata es de alcanzar una proporcionalidad aceptable socialmente. O sea que el
balance entre beneficios esperables y potenciales perjuicios, incluidos los
atribuibles a las medidas de prevención y control, resulte positivo.
El célebre aforismo de Cicerón, salus
populi suprema lex est esto no significa que la sanidad sea la ley
suprema, si no que la salvación o la prosperidad de la población es la
prioridad política, como desarrolló Locke en sus tratados
y como figura en el frontispicio del palacio federal sede del Parlamento
suizo.
Y es sabido que los determinantes de la
salud --en el sentido positivo, que no es solo ausencia de
enfermedad-- son muchos otros más que los servicios sanitarios, empezando por
la educación --que como sugieren los resultados del informe PISA--
es muy sensible a determinadas medidas, junto a otros factores sociales de
probada influencia, como la vivienda, el urbanismo,
el trabajo, la cohesión social, etc.
Andreu Segura, médico salubrista y epidemiólogo jubilado
Versión Redacción Médica (aquí)
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