RESUMEN DE MI INTERVENCIÓN
A los médicos y ciudadanos se nos dice que el virus de la gripe muta todos los años y que, por ello, se presenta como un virus nuevo para el que el ser humano no tiene protección. Se utiliza esto para justificar la necesidad de vacunar todos los años para la gripe a determinados grupos de riesgo pues, además, la protección ofrecida por la vacuna disminuye con los meses tras la vacunación. Si en realidad esto fuera así, tendríamos algo parecido a lo que tenemos con el nuevo coronavirus todos los años con la gripe. Sobre todo, si tenemos en cuenta que en la gripe también existen infectados asintomáticos con características epidemiológicas y de transmisibilidad casi idénticas a las de los infectados asintomáticos por el nuevo coronavirus. Que cada año el ser humano no tenga protección ninguna para el virus gripal, como afirman algunos (entre ellos, el Ministerio de Sanidad) no parece muy evidente que sea así pues encontramos mucha investigación en contra. Desde la protección que tenían las personas mayores en la pandemia de 1918 y en la de 2009, de las que veremos algunos datos epidemiológicos muy interesantes, hasta el gradiente decreciente con la edad en la tasa anual de gripe. Se discutirá, siquiera superficialmente, los factores más importantes relacionados con una curva epidémica de enfermedades que se transmiten como lo hace el nuevo coronavirus con especial énfasis en la de la gripe. El hecho de que prácticamente haya desaparecido la gripe, y ciertamente también otros virus respiratorios, en todo el mundo durante este primer año de pandemia Covid19 se está atribuyendo a que las medida adoptadas son suficientes para “parar” esos virus pero, sin embargo, no son suficientes para “parar” al nuevo coronavirus. ¿Por qué? Probablemente, porque la susceptibilidad poblacional a la infección por esos otros virus respiratorios sea muy inferior a la que tenemos frente al nuevo coronavirus. Y ello sería debido a la existencia de un nivel de inmunidad de grupo a largo plazo que nos protegería y evitaría que todos los años tuviéramos una pandemia respiratoria como esta. Es decir, los datos apuntan a que existe un nivel de inmunidad a largo plazo que es capaz de tener protegida a gran parte de la población frente a muchos virus respiratorios que ya son endémicos al “convivir” con nosotros desde hace décadas o siglos. Por ello, se explican sucintamente en modo divulgativo los dos sistemas más importantes que tenemos de inmunidad: el humoral y el celular y la respuesta de los mismos a la primoinfección y a los sucesivos contactos con, por ejemplo, un virus. Se destacan dos investigaciones publicadas que señalan la persistencia años (o muchos años) tras la infección de inmunidad humoral y celular en casos como supervivientes de la pandemia de 1918 y como supervivientes del SARS de 2003. Acaba la presentación con un toque de atención al papel que haya podido jugar el simple azar en el desarrollo de la pandemia, en especial en las diferencias de intensidad en la primera ola entre países y regiones, enfatizando el papel de las decisiones individuales de autoprotección que pudieron ser tan importantes o más (y diferentes según la experiencia personal vivida en la primera ola) que las medidas de restricción muy similares en todos las Comunidades de nuestro país. Y, hablando de azar, finalizo de un modo algo especulativo con una ¿casualidad? que la comunidad científica nos debería explicar antes de que lo hagan los de Cuarto Milenio.
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