Sostenibilidad. ¿Está ahí dicho todo en Sanidad? Tal vez. En buena medida, porque por fin hemos entendido que la palabra talismán de las últimas décadas — rentabilidad — no es de aplicación cuando se habla de servicios públicos, y mucho menos cuando se habla de Sanidad Pública. Sostenible o no, y todo el dilema sanitario es ese. Por tanto, cualquier práctica, invento, hospital o dispositivo asistencial debe ser sostenible, o quedará descalificado. En sí, la cuestión es de Perogrullo: lo que no se puede pagar, es inasumible, principio elemental de la economía doméstica. Claro que, si analizamos un poco los componentes de la ecuación, le advertiremos los trucos y, por ende, las posibilidades de manipulación, más o menos torticera o interesada.
Supongamos, por ejemplo, un país que destina un porcentaje relativamente pequeño de su presupuesto a prestaciones sanitarias. Ello es, de por sí, de difícil valoración, tendríamos que hacerlo en comparación con otros países de similar renta por habitantes o PIB por habitante. Lo que llamamos “países de nuestro entorno”. Solo así pueden establecerse comparaciones, y solo después de admitir factores de corrección, como, por ejemplo, los derivados de la demografía y otros. Muy complejo, sí señor.
Seguimos suponiendo, en nuestro ejemplo, que se plantea la incorporación de una herramienta terapéutica nueva o una extensión de asistencia sanitaria hasta ahora no cubierta que beneficia a una proporción significativa de ciudadanos. La respuesta de los administradores del Sistema — casi siempre — será la resistencia, el escepticismo, el “no”, “nos quedamos como estamos” y , por fin, “no es sostenible”. Un mantra de lo más familiar, vaya.
En mi ya larga experiencia profesional, encontré estas trabas varias veces. En los noventa, se resistieron a la incorporación de la densitometría ósea (invocaron que su capacidad de predecir el riesgo de fractura era limitada, comparada con otros factores). Penalizaron luego la prescripción de la insulina glargina, defendiendo las bondades de la antigua insulina NPH. Defendieron incluso la vigencia de la glibenclamida, aun cuando se les hacía ver que las Guías de Práctica Clínica la consideraban un fármaco letal. Ejemplos que viví personalmente — cada especialidad tiene los suyos —. Viejas batallas que hoy nos hacen sonreír, donde la palabra “sostenibilidad” salía a relucir, una vez y otra, como un talismán del que ellos eran los guardianes mágicos.
Su poder institucional y su capacidad de intimidación sobre los médicos de a pie lograron retrasar la incorporación de estas y otras herramientas terapéuticas y, con ello, exhibir como un logro el freno del incremento del gasto terapéutico. Que, en algunos casos, fue acertado, al oponerse al imperio de la Industria Farmacéutica — he escrito también al respecto —, pero, por otra parte, hubo demasiado de presión por el miedo, sin más. Para los profesionales, se trataba de la persuasión del soborno, o casi, frente al temor a la jerarquía, sin que esta se preocupara mucho de invertir en formación. Sí, han sido años duros, muy duros, los de la “sostenibilidad”, reconozcamos en el término media verdad. Pero la otra media…
La otra media revelaba la urgencia por frenar el gasto farmacéutico y en prestaciones — como fuera — sin reinvertirlo de forma adecuada. Había que prescribir por principio activo sin que ello redundara en mejores plantillas en los Centros de Atención Primaria: más estables, más numerosas, menos presionadas, más libres de burocracia. Jornadas infernales contando minutos, recetas e indicadores, retrasando la incorporación de novedades — muchas veces con razón, pero algunas sin ella —, solo para que arriba exhibieran medallas y que alguna que otra responsable se allanara una carrera política meteórica.
Por la “sostenibilidad” dimos altas forzadas y pergeñamos actos a medias, suponiendo que “alguien”, en el hiperespacio sanitario, completaría la otra mitad. Sin embargo, la “sostenibilidad” era un argumento perfecto. Precioso. Tan hermoso, que era medio cierto. El problema de estas verdades a medias es que nunca las podemos verificar. Solo cumplir con nuestra parte, pegándonos pellizcos en el costado. El resto…
El resto es hacerles el juego a una cúpula, ahí arriba, que juega con un balón diferente, en una liga diferente, para los que la “sostenibilidad” es diferente. Y, ojo, asumo que esto también es media verdad. Porque no afirmo que, en los despachos del poder, no haya conciencias honestas — no me verán en esa simpleza injusta —. Pero que, junto a los anteriores, también pululan altos cargos cuya “sostenibilidad” es simplemente sostenerse ahí en lo alto, lejos del olor a humanidad día tras día, año tras año. Y, después de todos estos años, sigo sosteniendo esta opinión. Que ha terminado por convertirse en mi “sostenibilidad” particular.
Quiero decir, con esto, que palabras importantes, llenas de contenido, lo pierden con el abuso y el manoseo. Sobre todo si se emplean, una vez y otra, como armas de la intimidación contra la buena fe profesional, sin más. Y todo para cimentar y defender trayectorias de gestión, o carreras políticas. Tenemos que revisar todo eso.
Firmado: Federico Relimpio, médico y escritor
Real e Ilustre Colegio Oficial de Médicos de Sevilla (@RICOMSevilla)
Twitter https://twitter.com/frelimpio
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