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domingo, 13 de marzo de 2022

Vacunación covid19 en niños de 5 a 11 años en algunos países europeos y la desescalada, por Isabel Canales

La ausencia de un debate sereno y riguroso sobre las diferentes medidas adoptadas en estos dos años de pandemia ha sido, y sigue siendo, uno de los aspectos más llamativos y preocupantes de la misma. Muchos análisis, algunos publicados en prestigiosas revistas científicas, tras ser catalogados por diferentes “verificadores” como “desinformación”, han sido censurados y eliminados de las distintas redes sociales (aquí, aquí). Incluir experiencias, revisiones independientes de los datos publicados, y diversos puntos de vista (aquí), es imprescindible para una práctica transparente y rigurosa, y crucial en el caso de los más vulnerables. 


Destacan aquí las niñas y niños, en quienes las numerosas medidas han impactado de manera más directa y sostenida. La vacunación covid19 en la infancia-adolescencia, actualmente la de los niños de 5-11 años, es una de estas medidas necesitadas de debate. Prueba de ello es la distinta aproximación, a veces ligeramente, otras sustancialmente, que se está dando en Europa. ¿Qué países recomiendan la vacunación covid19 generalizada de estos niños? ¿En qué basan su recomendación? ¿Han seguido todos las mismas etapas? ¿Cuáles han establecido excepciones a dicha recomendación general y por qué?


Vacunación covid19 niños de 5-11 años en Europa
Tras la autorización de uso de emergencia en población adulta de las primeras vacunas frente a la covid19 en diciembre 2020, en mayo de 2021 (hace ahora casi un año) la FDA estadounidense y la EMA europea autorizaron también para uso de emergencia la administración de la vacuna Comirnaty de Pfizer-BioNTech en adolescentes entre 12 y 15 años. En este caso, las recomendaciones sobre la misma variaban en los distintos países: en lo referente a su cronología, al número de dosis, etc. (aquí).

El pasado 25 de noviembre, la EMA ampliaba la autorización de emergencia de la vacuna Comirnaty a los niños de entre 5 y 11 años. Algunos países, entre ellos Portugal (aquí) y España, comenzaban dicha vacunación tras recomendarla a todos los niños de esa edad desde el principio. También Italia, que destacaba que “los datos disponibles mostraban una alta eficacia y ninguna señal de preocupación en cuanto a la seguridad se refiere” (aquí).

En aquel inicio, Finlandia, Noruega, Francia, Alemania, entre otros, recomendaron la vacuna sólo a los niños de 5-11 años con factores de riesgo o convivientes con sujetos inmunodeprimidos. Para su indicación al resto de niños en esa franja de edad, Finlandia, decía, precisaba de más información sobre la seguridad (aquí). “Queremos estar seguros de que la vacuna no produce más daños que beneficios. La cuestión es si la vacunación es segura en estos niños que rarísimamente desarrollan complicaciones Covid19 serias” (aquí).

En la actualidad, y tras poco más de 3 meses desde su autorización de emergencia, esta es la situación en algunos países europeos. En España, Portugal, Italia (aquí) siguen su recomendación inicial: la vacunación de todos los niños de 5-11 años, al igual que Hungría y Polonia (aquí) que también la indicaron así desde un principio. Países Bajos, que comenzó vacunando a los niños de 5-11 años con factores de riesgo, ha seguido con el resto de niños de esa edad desde mediados de enero (aquí). Finlandia (aquí) y Noruega (aquí) ampliaron hace aproximadamente un mes la posibilidad de vacunar a todos los niños de 5-11 años, aunque centran claramente su recomendación en los que presentan factores de riesgo asociados, como es el caso de Alemania (aquí). Francia ampliaba dicha vacunación a todos los niños de esta edad a finales de diciembre (aquí). El Reino Unido, que hasta ahora recomendaba exclusivamente la vacunación de los niños de 5-11 años con factores de riesgo, acaba de ampliar dicha posibilidad al resto de niños de esa edad. Su vacunación está previsto que empiece el próximo abril (aquí), aunque deja abierta la revisión de dicho ofrecimiento en el futuro (aquí). Sin embargo, datos recientes del Instituto Nacional de Estadística del Reino Unido revelan que los niños entre 8-11 años tenían a primeros del pasado febrero una tasa de anticuerpos contra el SARS-CoV-2 del 82% en Inglaterra, del 80% en Gales, del 72% en Irlanda del Norte y del 82% en Escocia (aquí). Con esta tasa de inmunidad natural presente en estos niños todavía no vacunados, no deja de sorprender que se pretenda su vacunación cuando sabemos que la inmunidad natural tiene reconocida su capacidad protectora (aquí, aquí, aquí) y que los niños muestran, tras la infección, una seroconversión sostenida al menos hasta nueve meses después, con un título de anticuerpos séricos que supera el de los adultos (aquí). Suecia recomienda esta vacuna exclusivamente a los niños de 5-11 años con factores de riesgo (aquí). Y Dinamarca, que comenzó ofreciendo la vacunación covid19 a todos los niños 5-11 años, podría estar ahora reconsiderando si continuar con dicha indicación. El 42% de los niños de 5-11 años han recibido al menos una dosis en dicho país y el 32% tiene la pauta completa. La pretensión inicial de las autoridades sanitarias danesas en noviembre cuando iniciaron la vacunación era la de vacunar al 70% de esta población (aquí).

Estos son sólo algunos de los países europeos, pero ¿se vislumbrarían algunas diferencias entre norte y sur? ¿Necesitaríamos una foto más amplia que incluya más países? En cualquier caso, ¿a qué responden estas diferencias más o menos importantes?



Posibles razones de las diferencias en vacunación covid19 en niños de 5-11 sanos
Hay voces que argumentan que las distintas realidades epidemiológicas y demográficas de los distintos países, las peculiaridades de sus sistemas de salud, etc. hacen “imposible” su comparación. Pero, ¿son éstas las únicas razones que explicarían estas diferencias? ¿Existe en los distintos países una cultura diferente respecto a la Salud Pública, a conceptos como el Primum Non Nocere, la investigación y recogida de datos, la exigencia de seguridad, etc., que hacen que se tomen decisiones diferentes, o al menos claramente matizadas en torno a ésta y otras medidas? ¿Hay en los países una “cultura de la infancia” distinta? ¿Son las necesidades y características diferenciales de los niños tenidas en cuenta de igual manera? Noruega fue el único país, recordemos, que se dirigió a los niños para explicarles aquel inicio de pandemia.



¿Podríamos aprender algo de todo esto?
La transparencia, el debate sobre este tema entre padres y madres, niños, profesores, pediatras, Salud Pública, políticos, etc. es algo que tenemos pendiente. Poner en el centro la realidad infantil también.

Conocer el estado de seroprevalencia y de inmunidad celular de la población infantil es más que necesario a la hora de valorar la necesidad o no de vacunación de esta población (aquí), más ahora que la vacuna de Pfizer podría ser poco efectiva en los niños 5-11 años tras la irrupción de ómicron (aquí). En lugar de apostar por “aumentar la dosis” o “sumar dosis de refuerzo” en este contexto (sin  estudios que lo respalden y sin olvidar las implicaciones en seguridad que todo ello podría tener), quizás la salida pase por: primero visibilizar y en segundo lugar, medir dicha inmunidad. La inmunidad generada tras la infección parece más robusta y duradera que la generada por las vacunas (aquí, aquí, aquí). ¿Cuál es la ventaja de vacunar a los niños que ya han pasado la infección?  ¿Estaríamos corriendo riesgos adicionales? Hay que entender mejor la inmunidad en la covid19 pues, con estas vacunas, el objetivo ha de ser prevenir la enfermedad grave y no la leve y dejarnos de hablar de refuerzos frecuentes (aquí), especialmente en niños. Por ejemplo, el Gobierno de Países Bajos ya informa a los padres de que en dicho país se estima que dos tercios de los niños entre 5-11 años ya han tenido una infección por el nuevo coronavirus y que dicha infección protege al niño frente la enfermedad grave, incluido el MIS-C, como lo hace la vacunación (aquí).

Y por supuesto, necesitamos datos sobre seguridad basados en un sistema de farmacovigilancia mejorado, que era una de las cuestiones que Laporte destacaba en su reciente intervención (aquí). A pesar de la infranotificación al respecto, se siguen recabando y ampliando datos generales, y también de niños, sobre los potenciales efectos adversos de dicha vacuna, algunos confirmados y más conocidos como las miocarditis/pericarditis y otros menos (aquí).

Desconocemos aún muchos aspectos del uso de esta tecnología (ARNm), nueva en vacunas; de los posibles mecanismos patogénicos tanto del propio virus (aquí) como de los potenciales efectos adversos de esta vacuna en diferentes sistemas y tejidos. Seguimos aprendiendo, entre otros, sobre la duración (que podría ser  mayor que la descrita  inicialmente) del ARNm (modificado) (aquí) y  la proteína espícula (inducida tras la vacuna) circulantes antes de su eliminación (aquí).

Es mucho lo que desconocemos, tanto sobre el virus como sobre las vacunas (aquí). Lo que sí sabemos, es que dado el carácter abrumadoramente leve de la infección por SARS-Cov2 en la infancia, la exigencia de seguridad en su vacunación y en el resto de medidas que afectan a los niños es, en este caso, especialmente vital.

Precisamos también construir estructuras transparentes y dinámicas participativas que aumenten la confianza en las instituciones. Desde EEUU, Vinay Prasad reflexionaba sobre esto. Al parecer, la FDA recientemente anunciaba la proposición de una reunión consultiva donde se iba a discutir si los niños entre 6 meses y 4 años podrían recibir dos dosis de vacuna de Pfizer de 3 mcgr., previendo un voto de consulta negativo. Prasad advierte del precio que podríamos pagar si la calidad de los estudios y la disponibilidad de los datos al respecto no responden a unos mínimos. En general, hacer estudios randomizados amplios de vacunación en niños midiendo resultados clínicos (enfermedad severa) y no simplemente niveles de anticuerpos obtenidos sería algo básico. Ciertas decisiones y maneras de actuar estarían minando, según él, la confianza en las recomendaciones oficiales y el propio prestigio de las agencias (aquí).



Vacunación covid19 en niños y desescalada escolar
Para acabar, una última cuestión. Algunos de los países que comenzaron vacunando sólo a los niños de 5-11 años con factores de riesgo y que han ampliado dicho ofrecimiento (no necesariamente recomendación) al resto de niños sanos de esa edad, apoyan dicha decisión, entre otras razones, en una previsión de menor disrupción escolar y psicológica, y no tanto en razones de índole clínica. Recomendar la vacunación infantil como medida para evitar el impacto negativo del resto de medidas sobre la salud de los niños es cuando menos discutible.

La vacunación actual no impide la transmisión (el contagio), tampoco entre los niños. No hemos sido capaces en dos años de construir una evidencia de calidad que sustente, por ejemplo, el uso de mascarillas en la infancia. No tenemos estudios de calidad que las avalen en niños en la escuela pero se las seguimos imponiendo, aun cuando los efectos negativos comienzan a ser evidentes (aquí) y tenemos serias dudas sobre su utilidad (aquí).

No necesitamos vacunar a los niños para quitarles las mascarillas, decía Prasad. No necesitamos vacunar a los niños para revisar los protocolos actuales que muchas veces establecen claras diferencias entre niños vacunados y no vacunados con poco respaldo científico. La vacunación de los niños no debería ser una condición imprescindible para la desescalada cuando la inmunidad natural, como hemos visto en el caso de Reino Unido, podría ser mucho mayor de lo que pensamos.

La cautela es siempre importante, también en la desescalada. Durante la escalada era imprescindible y no la exigimos. No fue fácil. En la actualidad, sin embargo, no manejar lo antes posible la infección por SARS-Cov2 en los niños como manejamos el resto de infecciones respiratorias altas a todos los efectos, nos alejaría probablemente de esa cautela. La cautela que lleva implícita el Primum non nocere (aquí).

Noruega lo ha empezado a hacer, “solo los adultos con síntomas son animados a testarse. Los niños no necesitan ser testados, aunque tengan síntomas. Si están enfermos deben quedarse en casa y pueden volver a clase tras 24 horas sin fiebre” (aquí). Como siempre hemos hecho.


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Isabel Canales Arrasate, Pediatra.


 

3 comentarios:

  1. Comparto la idea de Isabel sobre la necesidad de reflexionar de una forma calmada y abierta sobre las indicaciones sistemáticas o dirigidas de la vacuna. Algunos expertos epidemiólogos/virólogos han pronosticado que para finales de este mes un 50-60% de la población se habrá contagiado con el Omicron. Y hay que pensar que esa cifra pueda ser similar o superior en la franja hasta los 12 años. Qué ventaja puede añadir vacunar a esas personas (sanas, sin factores de riesgo)recientemente contagiadas?. No todo lo que está aprobado para su utilización (en este caso como media de urgencia) se tiene que utilizar si no existe una indicación clínica (que es diferente a la indicación social, emocional, económica...), si no está claro el balance positivo beneficios/riesgos. Y en una población en la que la probabilidad de enfermedad grave (que es para lo "único" que se ha demostrado eficaz la vacuna) es muy baja (< 1%), la probabilidad de que haya un beneficio con la administración de la vacuna la lógica dice que debe ser muy baja.

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  2. Fenomenal artículo, Isabel... Qué poco hemos pensado en el primum Non nocere en toda la pandemia, y especialmente en las criaturas... Ojalá empecemos a hacerlo en algún momento... Un abrazo!!

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  3. En tiempos en que tanto la rigurosidad como la sensatez escasean, artículos como el tuyo son de agradecer. Ayudan a no perder el norte y a seguir creyendo en la ciencia y en la salud pública.

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