Carta abierta a mis compañeros de la sanidad pública
El coronavirus, pese a las optimistas consignas políticas publicitadas en televisión, no nos ha hecho más fuertes, ni más solidarios, ni más responsables. Al contrario: ha sacado a la luz lo peor de cada cual, y ha terminado por derrumbar un sistema sanitario que llevaba apolillado varias décadas. Agusanado. Podrido. Sostenido tan sólo por el pundonor de sus profesionales y por ese concepto manido que se llama vocación. Y digo “manido” porque la sociedad y los políticos confunden la vocación con un pasaporte a la esclavitud, convirtiéndola en un trágala perfecto de todas sus ocurrencias.
Uno utiliza el humor porque se debe a su público, y porque reír es un arma poderosa, pero lloraría por los rincones si pudiera. ¡Qué desastre! ¡Qué ignominia! ¡Qué vergüenza! ¡Qué hijos de la gran puta!
He visto en mi Centro de Salud a un individuo empujar a una enfermera. Empujarla, sí. Empujarla. A una enfermera que había salido a mear cinco minutos. El miserable.
He visto pintadas en la calle con la siguiente leyenda: <<Sanitarios Asesinos>>.
He visto llamamientos en las redes para quemar un Centro de Salud con los profesionales dentro.
He visto médicos insultados, vejados, amenazados y tratados como escoria por no hacer a alguien el test de la PCR en el minuto exacto en que lo solicitaba, o por no pedir la analítica que exigía.
He visto la insistente cantinela de que los Centros de Salud están cerrados, cuando nunca estuvieron más abiertos: jamás habíamos trabajado tanto, y jamás lució tan poco un gran esfuerzo.
Pero lo que no he visto por parte alguna es un gramo de decencia ni de responsabilidad: la decencia de los políticos para dar la cara por sus trabajadores. La responsabilidad de los pacientes para seguir las recomendaciones de sus médicos y no mostrarse altaneros. La decencia de los gestores para decir, a voz en grito, que los sanitarios estamos haciendo lo que se nos pidió: dedicar inútilmente nuestro esfuerzo a parar esta pandemia.
- ¿Qué se puede hacer en un país donde algunos de sus médicos niegan que haya pandemia, o afirman que los asintomáticos no contagian? Nada.
- ¿Qué se puede hacer en un país donde los cuñaos llaman plandemia a la pandemia? Nada.
- ¿Qué se puede hacer en un país que maltrata y desobedece a sus médicos? Nada.
- ¿Qué se puede hacer en un país donde la gente tiene kilómetros de derechos y centímetros de deberes? Nada.
- ¿Qué se puede hacer en un país donde a los rastreadores se les miente, y se les ocultan datos? Nada.
- ¿Qué se puede hacer en un país donde los políticos no han sido capaces de ponerse de acuerdo ¡EN TRES MESES! para diseñar un plan de vuelta al cole? Nada.
- ¿Qué se puede hacer en un país donde durante todo el verano las plantillas de médicos, enfermeros y administrativos han estado a la mitad? Nada.
- ¿Qué se puede hacer en un país donde la gente viene a hacerse la PCR del coronavirus y, acto seguido, te dicen a la cara que se van a la puta playa a aguardar el resultado de la prueba? Nada.
Lloraría por los rincones si pudiera.
Nos dicen ahora –¡AHORA!– que van a contratar más rastreadores, y que están a punto de llegar los del ejército. Ahora. Ahora. No en junio, ni en julio, ni en agosto. No cuando los pedíamos. No cuando estábamos en fase de brote. Ahora llegan. Ahora. Cuando estamos en fase de transmisión comunitaria. Una desidia que roza lo criminal. Porque eso, amigo lector, es como ponerse un condón cuando tu señora está de parto.
Nos dicen ahora –¡AHORA!– que van a contratar más administrativos, y que se van a reforzar las líneas de teléfono. Ahora. Ahora. No en junio, ni en julio, ni en agosto. No cuando lo pedíamos. No cuando comenzábamos este dudoso sistema de las consultas telefónicas. Ahora llegan. Ahora. Cuando estamos ya vendidos. Cuando ya es vox pópuli que “nos rascamos los cojones”. Cuando la gente opina que los Centros de Salud están cerrados. Cuando amenazan con lincharnos. Una desidia que roza lo criminal. Porque eso, amigo lector, es como vacunarte de la rabia cuando te están haciendo la autopsia.
Una revolución está en ciernes. Una revolución sanitaria. Se nota. Se palpa. Se palpa tanto, como nos han palpado a nosotros los cojones.
Pero la huelga es insuficiente. Una huelga es una herramienta fácilmente desmontable por la administración: le basta con poner un 100% de servicios mínimos y luego explicar en la prensa que no ha tenido seguimiento.
Hay que tomar urgentemente tres medidas de envergadura. Sólo tres. Pero valientes. Hay que atinar en la línea de flotación de este desastre.
- Hay que presentar la dimisión en bloque de todos los responsables de docencia: congelar la formación MIR y poner en un brete al Ministerio. Eso les plantearía un problema irresoluble, pues nadie nos puede obligar a hacer docencia.
- Hay que presentar la dimisión en bloque de todos los directores y adjuntos de enfermería de los Centros de Salud. Eso plantearía otro problema irresoluble a la administración sanitaria, ya que a nadie se le puede obligar a dirigir un Centro.
- Y hay que poner sobre la mesa la carta de dimisión de todos los médicos y enfermeros mayores de 60 años. De toda España. Unos, por excedencia. Otros, por jubilación anticipada. Nos vamos a nuestra casa para pasar hambre si hace falta, coño. O para vender una propiedad y comer de ella. Que lo vean. Que lo palpen. Que lo sientan. Que tiemblen ante la desaparición de las plantillas. Que huelan el caos. Que reflexionen sobre el coste electoral de esa medida, que es lo único que les importa.
¿A qué esperamos, compañeros? ¿A que nos mate el jefe doblando turnos? ¿A que nos mate un paciente cabreado porque no le cogen el teléfono? ¿A cometer nosotros mismos errores irremediables por cansancio? ¿A llevarnos a alguien por delante?
A ver si le echamos huevos. Y ovarios. Y narices. Todos a la vez. Y en dos semanas… se arregló el problema: habrá teléfonos, y telefonistas, y sustitutos, y rastreadores, y quirófanos, y EPIS, y diez minutos por paciente, y buenos modales, y castigo para quien empuje a una enfermera, y contratos estables, y turnos soportables.
Es una cuestión de dignidad. Y de seguridad personal. Y de seguridad del paciente. ¡Y de tocar las narices!
¡¡¡BASTA YAAAAAA…!!!
Cagoentó.
Firmado:
Juan Manuel Jiménez Muñoz.
Médico y escritor malagueño.
¿Qué elegimos hacer con todos estos estadistas (aquí)?
¿Mandarlos a la mierda o a la cárcel?
La otra cara de la moneda (aquí).
Esto sí es humanización de la sanidad. !Enhorabuena!
...bien y bien. Magnífico...
ResponderEliminarSi pero NO! Yo también estoy enfadada, cansada, hastiada.... Pagarían justos por pecadores: sabemos que no se puede dejar a la población enferma y rrsporespon(que la hay) sin atención.
ResponderEliminarLos MIR no tienen la culpa, ya llevan meses "con su formación monotema covid" ... Los mayores de 60 años dimisión? también los hay insolidarios, yo no tengo propiedades para comer de ellas, habrá compañeros con parejas en ERTE y con hijos en edad escolar, universitarios...
No lo veo claro y también QUIERO que esto cambie
Supongo que usted sabe que hay colegas suyos,, que también han estudiado, que tienen una visión completamente diferente a la suya. Es usted Dios? Para estar en posesión de la verdad absolutamente? Y por otro lado,, quien se cree que es usted para decir en sus escritos, que se mande a la mierda a las personas que no quieren vacunarse? Tendrá usted la carrera de Medicina,, pero empieze a hacer la de RESPETO, creo que le vendría muy bien, gracias
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