domingo, 12 de marzo de 2023

Mi carrera no progresa, por Juan Diego Areta

Mi nombre es Juan Diego, aunque casi siempre me llaman Juandi. Estoy casado y soy padre de dos hijas: Martina y África. Desde hace unos meses, los cuatro vivimos en Bikop, un pequeño pueblo de la selva camerunesa.

Soy médico. No destaco por ser de los mejores. Creo que tampoco de los peores. Aquí ejerzo como médico general en un pequeño dispensario que desde hace más de cincuenta años regentan las Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús.

Antes de esto, fui facultativo-funcionario del Estado e interino del Servicio Andaluz de Salud. Llegué a alcanzar un nivel A25 en la carrera profesional, lo cual no está nada mal, y ahora no tengo ninguna de esas plazas y trabajo como voluntario en este rincón del mundo (¡sin cotizar!, se ha escandalizado ya más de uno).

Conociendo estos breves antecedentes, no faltará quien me diga lo que yo mismo comencé a repetir de broma cuando llegué aquí: mi carrera no progresa. El chiste se hace solo y lo repetí en más de una ocasión. 


Pero por esos mecanismos misteriosos de nuestro cerebro y nuestro pensamiento, a raíz del chiste empezaron a surgirme algunas preguntas: ¿por qué parece objetivo que mi carrera no progresa y yo sospecho lo contrario?; ¿por qué estoy convencido de que los buenos médicos son un tesoro, pero también de que la medicina actual, con sus excesos, es altamente peligrosa y dañina?; más aún, ¿por qué disfruto tanto de mi profesión si nunca he tenido vocación de médico?

Así, en pocos días estaba sumido en una reflexión profunda sobre mi propia evolución vital y profesional. Me di cuenta de que me he ido convirtiendo, casi sin advertirlo, en un médico errante. Errante porque he ejercido en contextos muy diferentes a veces de forma imprevista, pero también porque yerro cada día, aunque mantengo la esperanza de no hacerlo mañana.

“¿Cómo he llegado aquí?”, era la pregunta que resonaba en mí de forma repetida. Nunca he tenido lo que se suele entender por ambición. Nunca he deseado más dinero, prosperar o tener éxito, pero ¿es necesario tener cada vez menos?

En esas andaba cuando, de forma inesperada, me topé en la biblioteca de las monjas con un librito de Ernesto Sabato que no había leído. Se titula Antes del fin. En él encontré unas palabras que me dieron la clave para encontrar ese hilo conductor que hasta ahora ha tenido mi carrera y mi vida. Escribía el genio:



Tenemos que abrirnos al mundo (...). Cuando nos hagamos responsables del dolor del otro, nuestro compromiso nos dará un sentido que nos colocará por encima de la fatalidad de la historia.



Creo incluso que esas palabras han sido el estímulo que hizo que me arrancase a contar. Hace años que plasmo mis reflexiones y vivencias en cuadernos que sólo leo yo. La mayoría de ellas las he compartido con Ana e incluso con otras personas cercanas. Esos cuadernos y conversaciones me han ido ayudando a mantener la serenidad y a orientarme en momentos difíciles. Así que pensé en volverlo a hacer: me sentaría a escribir sobre mi propia evolución profesional y, de alguna forma, también sobre mi propia vida.

Se ve que necesitaba un desahogo, porque a borbotones salieron muchas páginas. Más de las que jamás había escrito. Poner el punto final fue un alivio difícil de explicar. En estos años me he visto envuelto en realidades y situaciones que nunca pude imaginar y que me han hecho disfrutar y sufrir —a veces al mismo tiempo— con mucha intensidad, que me han ido moldeando como a golpe de cincel. Quizá por eso el alivio al terminar de escribir: porque necesitaba reconciliarme con mucho de lo vivido y poner todo eso negro sobre blanco fue una forma de hacerlo.

Aunque intuí que el texto podía interesar a algunas personas, inicialmente no pensé en compartir algo tan personal. Luego recordé que a muchos pacientes les he dicho en consulta que, cuando algo les quema en el corazón, no deben únicamente pensar sobre ello, sino también compartirlo. Porque al hablar con sinceridad y al dejar que otros simplemente nos escuchen, a menudo ocurre que parece que los miedos se van disipando, el peso de las penas aligerando y las alegrías ensanchando.

Por eso, con cierto temor, enseñé el texto a algunas personas que, para mi sorpresa, me animaron a publicarlo. Y así, sin saber muy bien cómo, todo este proceso ha cristalizado en un libro que se titula (¡cómo no!) Mi carrera no progresa.

Sus páginas no son una autobiografía, no pretendo exponer en ellas mi vida privada. Tampoco son unas memorias, eso sería demasiado pretencioso. En ellas me propongo simplemente reflexionar en voz alta sobre mi evolución como médico, hasta ahora quizá algo atípica y en ciertos momentos marcada por vivencias especialmente crudas. Si alguien llegara a leerlas y le fueran de utilidad de alguna manera, podríamos considerarlo un pequeño milagro.



Juan Diego Areta Higuera






 



7 comentarios:

  1. Deseando leerlo, Juandi... Espero que toda la familia disfrute de la experiencia africana. Un abrazo!!

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  2. Un placer leerte y un acicate para seguir adelante. Gracias.

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  3. Esperando leerlo, el título impacta y la deflexión engancha

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  4. Eres un ejemplo contra todos aquellos que nos aborregamos. Uno se puede rebelar, hasta con familia. Gracias por compartirlo

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  5. "No dejes que termine el día sin haber
    crecido un poco, sin haber sido feliz, sin
    haber aumentado tus sueños.
    No te dejes vencer por el desaliento. No
    permitas que nadie te quite el derecho a
    expresarte, que es casi un deber. No
    abandones las ansias de hacer de tu vida
    algo extraordinario.
    ..."
    Walt Whitman

    Felicidades por tu valentía, Juandi.
    Deseando leerlo.
    Un abrazo
    Pepe

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