Creo no exagerar lo más mínimo si
califico de auténtica deblacle lo ocurrido con la investigación científica en
España durante los últimos años. Mariano Barbacid señalaba en 2016 que la
ciencia española estaba "moribunda" (aquí).
Desde 2010, España ha perdido a 12.000 científicos (aquí)
y se ha producido un recorte acumulado de 20.000 millones de euros (aquí),
lo que ha supuesto que la investigación científica en España esté viviendo su particular y dramática
crisis (aquí).
Y estando así las cosas, el Ministerio de Sanidad celebraba hace pocos días que
España sea potencia europea, y por tanto mundial, en la realización de ensayos
clínicos. Según el número dos
del Ministerio, eso sitúa a “España como
a uno de los países líderes en investigación por la gran competencia de sus
científicos” (aquí). En
el mismo acto, un alto cargo de la Agencia Española del Medicamento afirmaba que a ello ha contribuido la reducción de los plazos para poner en marcha un ensayo tras la aprobación del RD
1090/2015. Al mismo tiempo que ocurría esto, los científicos del
Instituto de Salud Carlos III, principal centro de investigación biomédica en
España, denunciaban su “asfixia” financiera y las trabas legales a la
investigación impuestas por el Ministerio de Economía del que depende (aquí).
¿Tenemos en ciernes un nuevo liderazgo mundial de la sanidad española del que presumir como el de los trasplantes? ¿Ha resucitado la "moribunda" investigación científica española? Veamos.
España gasta menos por habitante en ciencia
que hace una década, un esfuerzo económico que supone la cuarta parte de la
inversión por ciudadano que realiza Alemania, por ejemplo, y es algo menos de la
mitad del gasto medio en la Unión Europea. Los recortes han sido en general y
en las principales instituciones, como el Consejo Superior de Investigaciones
Científicas y el Instituto de Salud Carlos III.
Inversión en I+D por habitante en la Unión Europea (euros) en 2007 y 2016
Respecto a los países de la Organización para
la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), el porcentaje del Producto
Interior Bruto (PIB) gastado en investigación y desarrollo de España es poco más de la mitad de la media.
Fuente: OECD Data. Gross domestic spending on R&D (aquí)
Los ensayos clínicos
La investigación en medicina puede ser
básica, cuando se refiere a estudios en animales, por ejemplo, o investigación
clínica, cuando son los pacientes el objeto de estudio. En Europa, la mayor
parte de la investigación básica depende de las universidades y otros centros
de financiación pública, mientras que las investigaciones clínicas dependen
mayoritariamente (en torno al 80%) del patrocinio privado por las industrias
farmacéuticas y tecnológicas. Conviene hacer notar que la financiación privada
se correlaciona con resultados favorables al patrocinador, por ejemplo en el
campo de las vacunas (aquí).
Mucha investigación clínica se realiza en
forma de ensayos clínicos, comparando grupos de pacientes con distintos
tratamientos. Por ejemplo, pacientes distribuidos al azar para ser tratados con
el mejor tratamiento actual para su cáncer o con un nuevo tratamiento. Al cabo
del tiempo se observa la diferencia en calidad de vida y en supervivencia y se
decide si el nuevo tratamiento tiene importancia clínica y vale la pena su
producción, aprobación y uso (aquí). En realidad, puesto que la legislación lo permite,
en muchos casos se compara el nuevo tratamiento contra placebo. Es decir,
contra una sustancia inerte sin ninguna acción por sí misma. Basta con que el
tratamiento sea mejor que el placebo para se pueda pedir su aprobación y su
introducción en el mercado. De hecho, las condiciones de aprobación son
tan sencillas y fáciles y los precios de los medicamentos son tan altos (por
ejemplo, para oncología, reumatología, cardiología, psiquiatría, vacunas, etc.)
que se ha señalado irónicamente que cabe la tentación de hacer ensayos clínicos
con sustancias inertes en busca de un resultado
“estadísticamente significativo” por casualidad. Así, se ha señalado que las industrias pueden verse tentadas a llevar
al límite sus ensayos clínicos y promover especias, por ejemplo, para el
tratamiento del cáncer y la magia de la "p" y lo estadísticamente
significativo, los resultados intermedios de mejoras clínicas irrelevantes y el
azar...¡¡¡ale hop!!!, permitan obtener el resultado que justifica la aprobación
de un producto carísimo e inútil por el organismo competente (en Europa la
Agencia Europea del Medicamento y en Estados Unidos la Food and Drug Administration) (aquí). Conviene tener en cuenta en este ejemplo, además, que en la realidad no se
suele tratar de productos inertes sino de medicamentos para quimioterapia, con
graves y potentes efectos adversos
Tal comentario irónico no es irrelevante
pues, dados los altos precios de los medicamentos, las industrias pueden
permitirse el lujo de promover multitud de ensayos clínicos y publicar sólo
aquellos cuyos resultados les beneficien y sirvan para la aprobación de sus
medicamentos. Por supuesto, tal conducta “investigadora” va contra la ética y
la ciencia, pero es parte de la realidad que explica que se pierda el 85% del
total invertido en investigación médica (aquí). Por ejemplo, sobre la vacuna contra el virus
del papiloma humano se han localizado 206 ensayos clínicos pero sólo disponemos
de los resultados de la mitad de los mismos (aquí). España es de los países en donde incluso la
financiación pública no se acompaña de la exigencia de la publicación de los
resultados de los ensayos clínicos (aquí).
Muchos de los ensayos son promovidos por la industria farmacéutica. Así ocurrió en España en 2015 en el 77% de los casos (aquí). En estos casos, suelen establecerse acuerdos de publicación de los resultados del ensayo entre la industria y los autores. Este acuerdo no siempre se publica en el protocolo del ensayo y mucho menos en la publicación final del mismo en una revista científica. Un estudio encontró que dicho acuerdo se publicó en el 70,5% de los casos de participación de la industria. En la gran mayoría de los casos en los que el acuerdo fue publicado en el protocolo (86,2%) se señaló en el mismo el derecho de la industria a revisar, y en su caso rechazar, el manuscrito propuesto para publicación. Además, en la publicación final en la revista no se mencionaba la existencia de dicho acuerdo en la mayoría de los casos (aquí). Una vez más se comprueba que “quien paga manda” lo que hay que investigar y qué se publica y qué no.
Muchos de los ensayos son promovidos por la industria farmacéutica. Así ocurrió en España en 2015 en el 77% de los casos (aquí). En estos casos, suelen establecerse acuerdos de publicación de los resultados del ensayo entre la industria y los autores. Este acuerdo no siempre se publica en el protocolo del ensayo y mucho menos en la publicación final del mismo en una revista científica. Un estudio encontró que dicho acuerdo se publicó en el 70,5% de los casos de participación de la industria. En la gran mayoría de los casos en los que el acuerdo fue publicado en el protocolo (86,2%) se señaló en el mismo el derecho de la industria a revisar, y en su caso rechazar, el manuscrito propuesto para publicación. Además, en la publicación final en la revista no se mencionaba la existencia de dicho acuerdo en la mayoría de los casos (aquí). Una vez más se comprueba que “quien paga manda” lo que hay que investigar y qué se publica y qué no.
Por último, conviene señalar que los ensayos
clínicos reflejan la orientación “dura” de una biomedicina que pretende ignorar
el impacto en salud de los determinantes sociales como bien demuestra la
ausencia sistemática de datos respecto a clase social y ocupación/trabajo o,
siquiera, al nivel educativo de los pacientes participantes en los mismos.
España, potencia mundial en ensayos clínicos
En el mundo se puede demostrar un progresivo
desplazamiento de los ensayos clínicos desde los países ricos a los pobres,
donde las condiciones de ética y reglamentación son más laxas. Se puede hablar
de “maquiladoras de ensayos clínicos”, con algunos ejemplos de abusos que han
conmocionado a la comunidad científica internacional (aquí). En Europa se ha notado el impacto de las
nuevas tendencia, con disminución del número total de ensayos clínicos (y el
aumento de la financiación pública de los mismos), pero no en España (aquí)
En 2017 se llevaron a cabo en España más de
780 ensayos clínicos, y se considera un logro la disminución del tiempo para
autorizarlos. La oncología cuenta con el 44% de todos los ensayos clínicos. El
91,6% de los ensayos clínicos impulsados por la industria farmacéutica en
España se desarrolla en varios centros y el 93,5% tiene carácter internacional (aquí y aquí).
Tal actividad se considera expresión de un
sistema sanitario público de calidad que cuenta con excelentes médicos clínicos
investigadores y que por ello contribuyen al desarrollo de nuevos y mejores
medicamentos pero, ¿es esto cierto? “Como es sabido, en la mayoría de las
ocasiones, el “investigador” ni siquiera participa en el proceso de
planificación de la investigación farmacológica, ni en la elaboración del
diseño, ni en el análisis, redacción y publicación de los resultados, según
marcan las condiciones
(frecuentemente “leoninas”, sin posibilidad de negociación alguna) de las
contratos habitualmente firmados entre Investigador y Promotor, con la
autorización del Comité Ético de Ensayos Clínicos (CEEC). Eso sí, los
“investigadores” firman los artículos como “autores” cuando el promotor lo
estima conveniente según sus intereses, resultados obtenidos y estrategia
comercial, contribuyendo a engordar unos curricula que son como el traje del
emperador desnudo, pues en absoluto la producción cuantitativa de tales
publicaciones es relevante bajo una evaluación académica rigurosa donde se ha
de valorar la calidad investigadora científico-técnica y trayectoria del
profesional y los equipos. Pero la acumulación variopinta de publicaciones
alimenta vanidades personales, corporativas e institucionales, algo que da
lustre, por lo que también es explotado por los promotores como herramienta de
seducción. Como investigadores investigan poco, pero ganan un dinero extra por
cada paciente “reclutado” y obtienen otros beneficios como financiación de
congresos y vistosos currículos para la “carrera profesional” (aquí).
¿Y los pacientes? Los pacientes aceptan
participar mediante la firma de consentimientos informados “prácticamente
ininteligibles” en el supuesto de una contribución desinteresada al progreso
médico que incluye los riesgos y daños de lo desconocido y nuevo y la
posibilidad de ser tratados con placebo si el azar los lleva al grupo control.
Hay que tener en cuenta, además, que casi todos los recursos destinados a
los pacientes de ensayos clínicos se detraen de los dedicados al conjunto de la
atención, que se menoscaba para los no participantes en los mismos. Conviene
saber que hay servicios que llevan al tiempo hasta 40 ensayos clínicos (aquí). La proliferación de ensayos clínicos en
España revela la debilidad de una estructura sanitaria pública que se somete a
los intereses privados industriales, en contra del mejor interés de pacientes y
profesionales. A éstos, dada su menguada remuneración y/o su precariedad, sólo les
cabe aceptar el poder omnímodo de jefes de servicio que emplean las dádivas
extras de los ensayos clínicos para mantener y apuntalar su dominio.
La transparencia que se niega
Ya señaló Mercedes Pérez-Fernández, en 2010,
respecto a “ética de las pequeñas cosas en medicina” que: “Por último, entre las grandes cuestiones
éticas encontramos los ensayos clínicos, a los que se dedican recursos ingentes
y sobre los que se pronuncian obligatoriamente los comités de ética. En
general, el planteamiento de los ensayos clínicos responde a un esquema de
“elegancia interna e irrelevancia externa”; es decir, con poco contenido
respecto al impacto clínico y a la validez externa (extrapolación de los
resultados). Además, poco se habla de los conflictos de intereses que provoca en
los médicos (sobre todo oncólogos y reumatólogos, por su monto) el pago por paciente
“captado” para los distintos ensayos clínicos. Tampoco se suele considerar la
repercusión de los ensayos clínicos en los servicios prestados a pacientes no
incluidos en los mismos. A veces son tantos los ensayos clínicos simultáneos
que algún servicio hospitalario parece más una fábrica de “respuestas para
ensayos clínicos con pacientes apropiados” que un servicio para resolver los
problemas que exigen respuestas ante los pacientes “normales” (aquí). En la misma línea, el firmante ha promovido
la necesaria transparencia que se niega. Por ejemplo con propuestas sencillas
tipo: “Al invitar a un paciente a un ensayo clínico: "Soy el Dr A, el
estudio lo patrocina la industria B, por cada paciente me dan en total C" (aquí).
Síntesis
La proliferación de ensayos clínicos es más una estrategia
de promoción comercial que de investigación clínica (aquí). Si la investigación clínica médica y los
ensayos clínicos se financian por las industrias (farmacéutica, tecnológica,
alimentaria, etc.) se hará la investigación que a las industrias (y a sus accionistas)
convenga. No es motivo de orgullo que España sea líder en ensayos clínicos sino
la constatación de una humillación.
Juan Gérvas, médico general rural jubilado, Equipo CESCA, Madrid, España
______________________________
Ante la proliferación de Ensayos Clínicos de la Industria Farmacéutica en España. Osalde, 17 de mayo de 2018 (aquí)
No hay comentarios:
Publicar un comentario