sábado, 14 de septiembre de 2024

Negar la existencia del SARS-CoV-2 y su responsabilidad en la Covid 19 no tiene fundamento científico, por José Ramón Loayssa

Abordar las perspectivas que niegan que la Covid 19 sea causada por un virus puede parecer una perdida de tiempo que, a la vez, proporciona relieve a posiciones carentes de fundamento científico. Pero me ha parecido interesante argumentar contra esas ideas porque he visto como muchos profesionales eran incapaces de hacerlo cuando surgía la cuestión. La pandemia Covid 19 exige repasar conocimientos básicos que muchas veces tenemos olvidados o desfasados por el desarrollo científico.

Durante la pandemia, algunos defendían, y todavía lo hacen, que el virus SARS-CoV-2 no es responsable de la Covid 19 y que, por lo tanto, ésta no es una enfermedad de causa viral. Debemos señalar que ese tipo de posturas, que no compartimos, han resultado de enorme utilidad a Gobiernos e Instituciones Sanitarias oficiales para desprestigiar a sectores críticos que cuestionaron algunas decisiones sobre cómo se enfrentó la pandemia.

Negar la existencia del SAS-CoV-2 implica no reconocer su participación en el origen de los cuadros respiratorios y sistémicos producidos desde finales de 2019 y que alcanzaron su máximo impacto en la primavera de 2020. Una cosa es discutir el grado de contribución del SARS-CoV-2 a esa morbimortalidad y otra muy distinta la negación absoluta de dicha contribución o la propia existencia del virus.


En algunos casos, esa posición era consecuencia directa de negar la propia capacidad de los virus para producir enfermedad. Es decir, se considera que los virus no son agentes causantes de enfermedades sino una manifestación o consecuencia de éstas; es decir, un producto del daño celular por tóxicos u otros agentes agresivos. Se trata de una postura que no contrarrestaremos aquí en detalle aunque, desde el momento que argumentamos a favor de que el SARS-CoV-2 es el agente causal de la Covid 19, lo hacemos de forma indirecta. Hay que señalar que esta posición supone un acercamiento a las enfermedades infecciosas tan unilateral como el de cierta ciencia oficialista que olvida que en toda enfermedad hay una dialéctica entre uno o varios agentes patógenos y un huésped expuesto a ellos. Quienes niegan la capacidad patógena de los virus “absolutizan” los factores del receptor y niegan el papel de los agentes externos. Algunos de los argumentos utilizados para defender la incapacidad de los virus para causar enfermedades son absurdos. Por ejemplo, aquel que afirma que los virus no pueden actuar en las células porque su tamaño es mayor que los poros de la membrana celular y, por tanto, no serían capaces de penetrar en ellas. Olvidan que los virus penetran en la célula de forma completamente diferente, anclándose en su superficie y siendo absorbidos por la célula o fusionándose con ella liberando su material genético en el interior de la misma. Por otra parte, cuando se argumenta que la causa de una enfermedad es un tóxico, éste carece de una propiedad esencial del virus: su capacidad de replicación.

Afirmar que los virus causan daño a los seres humanos no significa negar sus contribuciones positivas como, por ejemplo, actuando como generadores de diversidad genética. La integración del genoma del virus en el genoma celular puede ser muy negativo pero también puede facilitar evoluciones adaptativas de los organismos. Una adaptación que cuando afecta a las células reproductivas constituye un mecanismo de transferencia génica que permite que las innovaciones evolutivas se conviertan en propiedades de la especie como tal. Una parte considerable del ADN de los vertebrados es de origen viral. En el caso del ser humano podría suponer hasta el 10% de la carga genética total. Este ADN realiza importantes funciones entre las que destaca la regulación de la expresión de otros genes.

Finalmente, conviene señalar que la existencia de los virus es hasta cierto punto lógica. Desde el momento en que la vida se basa en la trascripción de información genética por parte de las células para producir proteínas, no debería sorprender que a lo largo de la evolución hayan aparecido agentes especializados en utilizar la maquinaria celular para su propia multiplicación.



El descubrimiento de un nuevo virus
La vía por la que se llegó a la conclusión de que el SARS-Cov-2 era el agente causal de la Covid 19 fue un camino bastante lógico dadas las circunstancias del momento y en el que no hubo “pasos oscuros”. En los últimos meses del 2019 se detectaron en la ciudad china de Wuhan casos de una neumonía de causa desconocida que en un principio fueron ocultadas por las autoridades chinas. No fue hasta el 31 de diciembre de 2019 cuando la OMS fue informada de estos casos de neumonía de causa desconocida en Wuhan (aquí). A principios de enero de 2020 la propia OMS declara que la causa es desconocida pues el agente no se había identificado. El 17 de enero de 2020 un articulo científico informa del descubrimiento de un nuevo virus cuyo genoma completo se secuenció mediante técnicas biogenéticas con apoyo informático a partir de secreciones bronquiales de un paciente de Wuhan (aquí). Ese trabajo no podía afirmar tajantemente que dicho virus era definitivamente la causa de las neumonías que se estaban viendo en Wuhan, pero permitía considerar su causalidad como una hipótesis a considerar. Un argumento en ese sentido era que el nuevo virus estaba emparentado con el Coronavirus que en 2003 había dado lugar a una epidemia de cuadros similares y que había sido denominado Coronavirus (CoV) del virus del Síndrome Respiratorio Severo Agudo (SARS). Virus con el que mantenía una similitud genética del 82% aunque presentaba importantes diferencias sobre todo en fragmentos genéticos responsables de la síntesis de la proteína espícula, aquella que utiliza el virus para penetrar en la célula. También estaba emparentado con el MERS, Síndrome Respiratorio de Oriente Medio, otro coronavirus que había causado una epidemia prolongada de enfermedades respiratorias severas en la península Arábiga a partir de 2012.

El artículo científico que reportó por primera vez la completa secuenciación genética del nuevo coronavirus lo denominó inicialmente 2019-nCoV y fue identificado en muestras de secreciones bronquiales de un paciente de Wuhan. El estudio utilizó diferentes procedimientos en la secuenciación genética. No se podía afirmar en esos momentos que el virus estuviera aislado, pero la secuenciación genética es un método fiable de identificar un virus y su contenido genético. El estudio reportó que el genoma completo del 2019-nCoV tenía un 89% de identidad nucleotídica (recordemos que los nucleótidos son las cuatro 'letras' que, repetidas, conforman el genoma de los organismos) con el coronavirus del murciélago tipo SARS -CoVZXC21 y el 82% con el primer SARS-CoV que infectó humanos en 2003.

Pocas semanas después en Corea se aísla un virus en un paciente diagnosticado de Covid 19 que coincide en su genoma y aspecto con el virus detectado en Wuhan (aquí). En el mismo mes de febrero de 2020 se aísla el mismo virus en la India (aquí). En mayo de 2020, el aislamiento se produce a partir de orina (aquí). En julio de 2020 se publica la detección del virus en secreciones nasofaríngeas, saliva y heces de 5 pacientes, asilan el virus y lo cultivan en células utilizadas para cultivos virales (células Vero) (aquí).

Podríamos alargar la lista de estudios que aíslan o cultivan el virus pero nos parece que estos ejemplos de los primeros meses son suficientes. De todas maneras, si se busca en PubMed, la base de datos de estudios médicos más importante, a fecha de 4 de junio de 2024, aislamiento del virus y cultivo aparecen 125 estudios (Isolation of SARS-CoV-2 culture - Search Results - PubMed (nih.gov)). Si la búsqueda es solamente aislamiento del virus aparecen 2211 (Isolation of SARS-CoV-2 - Search Results - PubMed (nih.gov)). No hay que olvidar que los estudios publicados en revistas indexadas no son aislamientos y cultivos rutinarios que se han realizado en incontables ocasiones.

De hecho se ha mantenido un esfuerzo para investigar la evolución viral y las sucesivas mutaciones que han ido apareciendo, llevando a cabo una enorme cantidad de pruebas de secuenciación genómica (aquí) que describen árboles genealógicos sobre la evolución viral a lo largo del tiempo en todo el mundo.



La polémica sobre el aislamiento del virus
Otras opiniones no negaban los virus como tales sino que el SARS-CoV-2 fuera responsable de la Covid 19. Entre los argumentos empleados destacó que el virus no había sido aislado y que no se cumplían los postulados por Koch, unos criterios que, cuando se cumplen, permiten afirmar que un germen es el causante de una enfermedad concreta. Una afirmación cierta pero inválida para sostener que el SARS-CoV-2 no era el agente causal de la Covid 19. Los criterios que Koch estableció para determinar si un germen es agente causal de una determinada enfermedad fueron en su momento extremadamente útiles. Pero no hay que olvidar que fueron establecidos cuando los gérmenes conocidos eran las bacterias y todavía no habían sido descubiertos los virus, y aun así pecaban de cierta tentación unicausal. Los postulados de Koch no se pueden cumplir en el caso de los virus ya que éstos son parásitos intracelulares obligados y su cultivo en células de laboratorio presenta muchas dificultades pues precisa de procedimientos muy estrictos para que sean replicables y esto no siempre es posible. Esto se sabe desde hace tiempo e incluso se puede sostener que el mismo Roberto Koch no pretendió que sus criterios fueran de obligado cumplimiento para todos los microorganismos causantes de enfermedad.

Las limitaciones de los postulados de Koch y su falta de aplicabilidad general para los virus llevaron a la propuesta de unos nuevos postulados un siglo después llamados "de Rivers" (nota). Estos también han sido cuestionados como criterios absolutos y se ha propuesto una jerarquía de los procedimientos que aportan evidencia sobre la causalidad en las infecciones virales respiratorias estableciendo la información que proporciona cada uno de ellos (aquí). De este modo, se adopta una perspectiva más problematizadora que tiene en cuestión la complejidad de este terreno.

Como se ha señalado, cuando se publica el reporte del nuevo virus en enero de 2020 se hizo a partir del análisis bioinformático del exudado bronquial de un paciente de Wuhan que tenía neumonía atípica (aquí) y se infirió cuál era el microorganismo que causaba el cuadro. A partir de esta secuencia se diseñó la prueba de la PCR (aquí) que se adopta por la OMS y, en la práctica, por todos los países del mundo. Por lo tanto, el virus no había sido todavía aislado en el momento en que se tomaron las primeras medidas de salud pública frente a la pandemia.

Posteriormente, el virus ha sido aislado una y otra vez y su secuencia genética ha sido establecida incluyendo las mutaciones que se han ido acumulando y que han dado lugar a diferentes variantes. Quizás los postulados de Rivers tampoco se han cumplido estrictamente. Pero sí podemos considerar que el virus ha sido aislado si consideramos aislamiento a inocular una muestra del paciente (filtrada para eliminar otros gérmenes) en células de laboratorio usadas habitualmente con esta finalidad (células cancerígenas o de riñón de mono) apareciendo daños compatibles con los que se presentan en la clínica. Con el Sars-CoV-2 se han realizado también experimentos en los que se insertaba el virus en un animal y se observaba si en éste se producía la enfermedad (Covid 19) y si el virus se replicaba, por ejemplo, en sus pulmones. Se recogía una muestra de los tejidos afectados, se extraía el virus depurando la muestra en la que se encontraba. Una vez aislado se inyectaba en un segundo animal y se volvía a comprobar si se producía enfermedad y si aparecía el virus replicado en los tejidos dañados. Eso permitió establecer la relación entre SARS-Cov-2 y la Covid 19. Es cierto que en la gran mayoría de los estudios no se utilizaron controles negativos; es decir, animales a los que se les inyectaba la solución filtrada eliminando los virus existentes para descartar que no fuera otro compuesto el responsable de la enfermedad. Pero esa posibilidad es remota. También es verdad que otros estudios no buscaban el virus completo sino fragmentos del mismo mediante pruebas que implicaban amplificación de estos fragmentos y, por lo tanto, la posibilidad de falsos positivos.

Algunas de las razones para rechazar que el virus haya sido aislado y cultivado proceden de que muchos estudios incluían el uso de la PCR aunque no como técnica exclusiva. La PCR es una prueba muy válida si se utiliza bien y dentro de los márgenes de confianza, sin multiplicar los ciclos de ampliación. Idealmente su positividad debe ser confirmada mediante secuenciación. Se pueden diseñar pruebas PCR para secuencias del SARS-CoV-2 altamente especificas (sin correspondencia con entes conocidos), secuencias responsables tanto de la Proteína Espícula (S) como de la Nucleocápside (N). Por supuesto, aunque la PCR, bien diseñada y utilizada, pueda servir para detectar la presencia de un virus no puede asegurar que este virus sea el responsable del cuadro clínico que presenta el paciente. Una PCR positiva tampoco permite afirmar en todos los casos que el virus está presente. Existen falsos positivos sin lugar a dudas. Por si la PCR bien utilizada no fuera suficientemente válida para la detección del virus, se han aplicado otras técnicas mucho más sensibles para determinar su presencia. Métodos como la detección de moléculas individuales de genomas virales (aquí) o la detección por micro-fluidos (aquí). Son técnicas altamente sensibles y específicas que permiten afirmar que nos encontramos con un virus que reúne las características distintivas del SARS-CoV-2.



El SARS – CoV como agente causal de la Covid 19
Los procedimientos que se utilizan para asociar un virus a una enfermedad parten de extraer muestras de exudados o tejidos de los afectados. Se filtran para eliminar otros gérmenes permitiendo que solo potencialmente persistan viriones. Esas muestras se cultivan y se ponen en contacto con células no afectadas y se observa si produce un efecto citopático (daño en células presumiblemente susceptibles). En esos cultivos celulares se demostró que el grado de daño celular causado fue proporcional al grado de resultado positivo en la prueba de PCR (aquí). 

Esas muestras también se pueden inocular en animales de laboratorio para observar efectos patogénicos; es decir, daños en el organismo inoculado. Además del aislamiento virológico también se pueden visualizar los virus presentes en una muestra o en un tejido. Esto se puede hacer con microscopía electrónica, confocal o de resolución atómica. Uno de los primeros estudios de microscopía electrónica de SARS-CoV-2 fue este (aquí). Poco después, la imagen de los viriones fue observada también por microscopia electrónica en pulmones, corazón y riñón de especímenes inoculados (aquí). Otros estudios publicados, que hicieron microscopía electrónica en tejidos de personas que murieron con Covid 19 (aquí), muestran estructuras compatibles en tamaño y forma con viriones de coronavirus. Posteriormente, distintos estudios utilizaron microscopía electrónica, microscopía confocal y de fuerza atómica, contemplando también controles negativos (aquí). Bastante después encontramos un trabajo que, cumpliendo todos los requisitos, encuentra que el SARS-CoV-2 efectivamente existe y aparece como responsable de la Covid-19 (aquí).

También las autopsias, que al principio de la pandemia fueron escasas dando ocasión a argumentos en la línea de que no estábamos ante una enfermedad viral, permitieron observar al SARS-CoV-2 (identificado con hibridaciones e inmunofluorescencia in situ, además de PCR y secuenciación) y que estaban asociados a cuadros de enfermedad.

La confirmación de la asociación entre SARS-CoV-2 y Covid 19 incluyó un experimento no habitual por razones éticas, la introducción del virus en sujetos voluntarios sanos. El virus cultivado en laboratorio se utilizó para infectar a jóvenes sanos, la mitad de los cuales desarrolló un virus detectable después a los dos días y síntomas de Covid 19 entre 2 y 4 días después (aquí).



Otras hallazgos que apoyan que el agente causal de la Covid 19 es el SARS- CoV-2
En primer lugar debemos afirmar que hubo una enfermedad con características comunes con otras enfermedades víricas pero también con características propias. Una enfermedad que se podía emparentar con enfermedades virales respiratorias experimentadas antes. Sus características diferenciales inusuales se pudieron poner de manifiesto más fácilmente por la atención que recibió esta enfermedad. No presentaba síntomas patognomónicos (exclusivos de la enfermedad) pero si una tendencia a provocar desregulación vascular e inmunitaria con una incidencia superior a la mayoría de los virus respiratorios

Las características de la enfermedad permitió que los médicos fueran capaces de establecer un diagnóstico de sospecha en base a criterios clínicos y epidemiológicos que, en un porcentaje considerable, se confirmaba mediante pruebas analíticas. Los propios pacientes parecían ser buenos para saber si lo habían tenido tanto ellos como otros a su alrededor, Describían síntomas característicos como pérdida del gusto o del olfato, tinnitus o simplemente una duración excepcionalmente larga de náuseas y tos.

La existencia del SARS-CoV-2 y su responsabilidad en la Covid 19 se apoya como hemos visto en estudios clínicos y de laboratorio. Pero aunque el virus no hubiera sido identificado, aislado, visualizado y cultivado se hubiera podido sospechar que la Covid 19 era una enfermedad vírica de transmisión aérea que no se correspondía con las producidas por otros virus conocidos, tanto por sus características clínicas como epidemiológicas y por la negatividad de las pruebas de detección de otros microorganismos conocidos.

Lo primero que se descubrió fue que los afectados por la Covid 19 habían experimentado contactos con otros pacientes. Un contacto cercano que en la mayoría de los casos implicaba respirar el mismo aire o estar expuestos a las secreciones respiratorias de otros pacientes. Había muchos casos en los que este contacto no podía ser identificado pero en otros nos encontrábamos un cluster, un número de casos relacionados con la misma exposición, o casos de contagios sucesivos de un paciente a otro y de éste a un tercero.

Estas evidencias de transmisión se combinaban con evidencias de que en estos pacientes se encontraba una misma secuencia de ARN. La sospecha se reforzaba y cuando se repetía una y otra vez permitía convertirla en altamente probable. Si bien las pruebas de PCR están lejos de ser perfectas (especialmente la forma en que se implementaron y utilizaron como único indicador, por encima del juicio clínico), la secuencia que se utilizó en los test es larga y específica. Sí, hubo resultados falsos positivos en las pruebas. Sin embargo, el hecho es que la probabilidad de dar positivo era mucho mayor en personas con los síntomas anteriores que en las asintomáticas. Por tanto, existía una asociación con secuencias particulares de ARN y este conjunto de síntomas.

Pero en esos pacientes no solo se encontraba una secuencia de ARN sino proteínas que eran sintetizadas con instrucciones contenidas en ellas. Especialmente se detectaba la proteína S que podía ser responsable de gran parte del cuadro clínico agudo de esos pacientes mediante inmunocromatografía. Una proteína que, analizada biomolecular y estructuralmente mediante cristalografía, muestra una excepcional afinidad por el receptor humano ACE2 (aquí). Además, se detectaban anticuerpos que reaccionaban frente a la proteína S y otras proteínas del virus. Pronto se comprobó que las personas que habían sido infectadas, y por lo tanto tenían anticuerpos, eran menos susceptibles a nuevos contagios y tenían una probabilidad más baja de desarrollar de nuevo los síntomas de la Covid 19, especialmente los más graves. Estas observaciones eran especialmente consistentes con el modelo de una enfermedad producida por un virus y no, por ejemplo, por un tóxico.



Modelo viral matices y limites
La defensa de una teoría que considera a los virus agentes de enfermedad no debe suponer la defensa de una perspectiva unicausal que olvida la importancia de los factores del huésped y del contexto en cualquier enfermedad infecciosa. Es necesario un modelo holístico de atención de salud. No hay que olvidar que la poderosa industria farmacéutica apuesta por esta teoría simplificada de los gérmenes. Esto contrasta con el hecho de que no todo el mundo es susceptible a una enfermedad viral. Los factores del huésped claramente desempeñan un papel importante en la susceptibilidad. Esos hechos nos deben llevar a un modelo viral de enfermedad que no olvide la contribución de otros factores. Navegar por las teorías de los gérmenes de las enfermedades requiere distinguir entre perspectivas matizadas y extremas y asumir la noción de que la adhesión intransigente a cualquiera de ellas es problemática.



José R Loayssa. Médico de Familia.

Este texto se ha realizado con contribuciones recogidas del canal de la D Karina Acevedo (https://t.me/akashacomunidad) y de artículos de https://www.hartgroup.org/.



Nota. Postulados de Rivers:

i) el virus debe de estar en tejidos y/o fluidos del huésped cuando está enfermo (con síntomas) o cuando sus células tienen lesiones.

ii) el fluido o material del huésped que contiene al virus y con el que se inoculará a un huésped sano (animal o célula) debe de estar libre de otros microorganismos.

iii) El virus que se obtiene del hospedero infectado debe de producir la misma enfermedad al ser inoculado en un huésped sano y debe de mostrar evidencia de la infección.

iv) Se debe detectar el mismo virus en el organismo que se inoculó y este debe de poder causar la misma enfermedad si se inocula en nuevos huéspedes sanos.

2 comentarios:

  1. Enhorabuena por el artículo aunque el título pueda inducir alguna prevención, sobre todo entre quienes consideramos que las causas de los problemas de salud acostumbran a ser múltiples y que las características de los huéspedes, asi como las del entorno en el que coinciden con los microbios patógenos, son, a veces al menos, más decisivas para la historia natural del proceso patológico. Pero no se puede menospreciar el papel de los microbios patógenos que, en ocasiones, facilita el control y la prevención. Si tuviera que señalar algun aspecto para mi mejorable seria insistir en que infección no es enfermedad; una equiparación abusiva que ha contribuido a distorsionar la dimensión epidemiológica del problema. Cordialmente, Andreu Segura.

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  2. Buena entrada, con el rigor argumental que caracteriza a los escritos de su autor.

    La frase:
    “Esos hechos nos deben llevar a un modelo viral de enfermedad que no olvide la contribución de otros factores”,
    desluce un tanto la intención que, creo, anima la entrada.

    Sería más apropiado, en consonancia con la propuesta revisionista, situar el papel del virus, de los virus en el lugar que sin duda les corresponde, pero a menudo secundario. Es decir, no en el centro y cumbre de la enfermedad (“modelo viral de enfermedad”).

    ¿Cabría expresarlo así?:
    “… un modelo de enfermedad basado en los factores de salud que no olvide la contribución de los virus”.

    En línea con la idea, a un tiempo clásica y moderna, de prestar un poco más de atención y recursos de investigación a la aplicabilidad terapéutica de dichos factores, podrían ser de interés aquí argumentos en el siguiente enlace:

    https://www.medicosnaturistas.es/cantando-las-cuarenta-argumentos-clinicos-perennes-diez-anos-despues/

    Gracias.

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